Las prácticas del conflicto
La realización del arte en la vida significa la propia extinción del arte
como otra cosa independiente de la vida,
que hablaría a la vida desde otro lugar.
DE VICENTE. Contra la superficie…
Sobre el trabajo de un carpintero que monta una silla o el albañil que levanta una casa hay elementos de contrastación empíricos para juzgar el trabajo final. El trabajo creativo sobre el lenguaje sólo se puede juzgar como una cuestión retórica, reflejo de condiciones sociales y materiales concretas a cada individuo, que hacen que el discurso adopte unas formas y no otras, que llores con una sevillana corralera o con Ionización de Varesse. De ahí que los cánones de calidad sólo sea posible reconocerlos como tales en la medida que se comparta una misma formalización del discurso, derivada de unas particulares relaciones de dominación que delimitan y legitiman comunidades que se reconocen e identifican con ellos. En suma, que las reglas que las comunidades de usuarios asumen como tales ya les vienen dadas. En la medida que sea posible identificar los intereses de las clases dominantes con los intereses de los particulares, aquéllas se aseguran el éxito, reproducción y amplificación de sus propios intereses, que ahora aparecerán como naturales, atemporales y neutrales.
El canon de calidad, lejos de imponerse autoritariamente, adopta la forma de la condescendencia, es decir, utiliza la jerarquía para negarla, así, se manifiesta demagógicamente como objetivo. Al tiempo que lo niega, lo explota (Bourdieu, 2000), y el mercado, al favorecerlo, lo hace aparecer como natural y neutral, lo legitima.
Si la silla o la casa está mal construida te caes o se te cae encima, es una cuestión funcional. Pero el poema es siempre una cuestión de condescendencia, aunque no comunique nada no por eso deja de haber quien considera que la lengua, bajo determinados códigos, no debe comunicar nada. Hay incluso movimientos que consideran la práctica poética bajo estas formas: Dadá, o más cercanos, los poetas de la poetry languague, son movimientos basados en sillas que no asientan y casas que se caen. El problema por tanto, continúa remitiendo a la existencia de una norma reflejo de un sistema de poder, es decir, sigue siendo ideológico, no funcional. Afortunadamente, los códigos poéticos tienen relevancia como prácticas sociales, las configuran, las transmiten, las reproducen (y también, por todo ello, pueden transformarlas, pueden influir en la consciencia, ayudar a los individuos a pensar –y vivir- sus vidas de otra forma), están lejos de determinarlas, sí, y serán, como la Cultura, un reflejo más de aquéllas, también las sillas o las casas, pero a otros niveles de articulación social.
Entiendo que si me tienen que operar de corazón deberá hacerlo el mejor de los especialistas, y no uno al que sencillamente le guste operar de corazón. Pero no entiendo que a nadie se le deba privar de escribir un poema o tallarse una cuchara de palo, ninguna de las dos acciones atenta contra la producción y reproducción de vida social, atentan, en realidad, a cómo se estructura la producción y reproducción de vida social en las formaciones sociales capitalistas, a su división técnica y social del trabajo.
Si, formalmente, se coarta la libre creación sobre la excusa del desconocimiento, en el caso de la poesía, del campo literario, la trasgresión de la norma, su utilización no canónica o el delito de invasión de un espacio restringido a especialistas disciplinarios y disciplinados es porque también en el pensamiento existe la dominación, y también desde él (y sobre todo desde él) se aseguran las clases dominantes la división técnica y social del trabajo, la buena marcha de la producción y reproducción simbólica de vida social y la justificación como autoexclusión lo que no es sino sometimiento y dominación de clase.
Así lo que debería ser una expresión de libertad tiene que ser justificado como deseo (aunque en su conformación objetiva, la composición social de los sujetos también jugará su parte), y como deseo y satisfacción del gusto, sin intervención en la vida social, continuará hasta el día, si es que el día llega, en que el mercado revierta estos productos en mercancías, en valores de cambio susceptibles de circular por el mercado bajo determinadas reglas, recubiertos de un valor que antes no tenían y que una legión de profesionales previamente aleccionados y reconocidos por el mercado habrán determinado para él.
Una vez activada la circulación de estos productos en el mercado, la única forma que, a los individuos insertos en el capitalismo, les parece viable para validar sus productos es intentando ajustarlos a los controles de calidad que para ello han sido establecidos y al cumplimiento de determinados cánones que, lejos de ser objetivos, están tomados por convención, y sostenidos por la tradición y su reproducción autoritaria. La jugada es perfecta porque no solo niega la creatividad individual, y lo que eso supone en tanto creación de espacios de autonomía y subjetividad, sino que institucionaliza esa misma creatividad para que, lejos de devenirla como manifestación de lo no productivo, negador de la misma base del sistema, quede transformada en un bien en manos de aquellos a quienes en base a su sumisión a los dictámenes académicos se les reconoce como únicos propietarios de esa cualidad y por tanto, únicos productores, con exclusividad para ponerla en circulación en el mercado.
Esta tiranía, que es causa y efecto de las relaciones sociales de producción capitalistas, es la que asumimos ideológicamente como natural, distinguiendo entre el genio artístico y el botarate. Es por eso por lo que me parece un error utilizar sus patrones como criterios, porque por encima de lingüísticos o sintácticos son economicistas e ideológicos y, por tanto, es ahí desde donde hay que juzgar un discurso que no hace sino ocultar sus mecanismo de dominio, reproducción y opresión cultural. No hay, en suma, literatura sola.
Por ello, a este nivel de trabajo, sería necesario comenzar la batalla por negar los universales. Los universales no existen. La belleza, la verdad, la soledad, el amor, el destino, el dolor, la esperanza, etc… son eternalismos y esencialismos, y como tales esencias, inmutables en la jerga platónica, son constructos del discurso dominante. Éste los tiene congelados desde hace más de doscientos años, y son lo que él quiere que sean, están conceptualizados a su simple y puro beneficio, y detrás de ellos, lo que se esconde es el constructo ideológico que al plantear su universalidad (eternidad y esencialidad común a todos los hombres) está también planteando la falsa democracia de los sentidos (como si éstos no fueran también socialmente construidos y por tanto condicionados) y su imposibilidad de cambio. De ahí, también, la insistencia en el carácter reiterativo (circular) de los discursos; como si todo estuviera ya, desde siempre, dicho (eternalismo, esencialismo). Pero no todo está dicho, está dicho lo de siempre. Lo dicho que ha repetido una y mil veces el discurso dominante. Lo que el discurso de la dominación dice, eso es lo que ya estaba dicho. Lo que está por decir, tiene que ver con nuestra situación, nuestra condición. Nadie ha hablado de lo que nosotros podemos hablar, y por eso es imprescindible que hablemos, porque sencillamente estas cosas que a nosotros nos están pasado, nos están pasando ahora, en un tiempo histórico concreto vivido por hombres/mujeres y clases concretas. Nuestro disgusto no puede seguir siendo psicológico, sino político.
Si no se come igual en una choza que un palacio -decia Engels- forzosamente tampoco la idea (y sus concreciones) de la belleza, la verdad, la soledad, el amor, el destino, el dolor, la esperanza, etc… serán iguales para esos dos estómagos, por lo tanto, los universales no existen como tales, sino que existen encarnados en hombres concretos, y en clases concretas.
Nuestra batalla continuaría contra el malditismo, estadio superior del individualismo, donde la relación con lo real se recubre de un juego distinto para ocultar la misma fantasmagoría, para continuar aceptando el estado de las cosas, el consenso dentro de los intereses y parámetros que configuran el orden social hegemónico. La basura massmediática si hay algo que no es, es precisamente elitista. Por eso también el sistema nos cocina a “la élite de la cultura marginal” otra basura, más selecta y refinada, otro postre anestesiante con el que mantenerlos a raya: El malditismo y la impostura son la peor de las enfermedades del artista. La idea de la existencia del genio aislado, libre, “poseedor de su propia razón, su propia alma, su propio gusto y sus normas (Rodríguez, 2001:22”, autosuficiente e independiente del resto de la sociedad encarna la visión moderna del artista productor de obras de Arte que enfatizan su naturaleza separada de los espectadores mientras oculta su relación cómplice con los mecanismos del poder político y económico. En el mejor de los casos, obra y artista guardan cola en el ejercito de reserva de los productores de capital simbólico para integrarse, neutralizados, descontextualizados y asimilados, en el mercadillo de los objetos y la historia del espectáculo.
¿Seguir cada uno nuestro propio camino no es acaso otro de los mensajes ideológicos del capitalismo? ¿Existen los propios caminos? En el mejor de los casos no hacemos sino seguir uno de los pocos caminos asequibles a nuestra condición social y material. Los propios caminos son la consigna del capital para desvertebrar el ridículo cuerpo social que va quedando. Cada uno a lo suyo, cada uno a su redil, su camino, su trabajo, su hueco, nada de asociarse, de sindicarse… nada de reflexionar sobre el ser social que, pese a todos los intentos de maquillaje del capital, somos. Nada, mejor el propio camino, el aislamiento, como estrategia burguesa.
Neguemos pues la posibilidad de la búsqueda (y hallazgo) de verdades personales, unas y otras también serán, en última instancia, un fruto social. Es absurdo pensar que yo tengo mi verdad, y tu otra y el vecino otra y así, eso es basura neokantiana, ejercicios de distracción sobre el pensar. La política de la identidad trabaja el consenso sobre lo simbólico inocuo al Capital y el Estado vendiendo proyectos fijos, estables, individuales (sé tu mismo) y colectivos (regionalistas, patrioteristas, raciales, religiosos, caritativos, sexuales, de género, etc.), pero que previamente ya han sido delineados, trazados y fijados por él. Lo interesante de esas configuraciones sociales, de esas mentiras, es saber reconocerlas, romper su encanto, levantar sobre ellas y contra ellas, el mapa de nuestra denuncia, nuestra firme voluntad de liquidarlas.
Tampoco nos interesa, el consolador de “ahora no pero luego, en el futuro, ya veréis como mi obra, si que sí…” Hay que insistir en ello, en la medida que en base a ese consuelo en la posteridad se muere en vida, se pierde el gesto creador allí dónde únicamente nos debe interesar, en el presente amenazado, en la reflexión sobre el hoy, en el ahora que es acto y presencia en el mundo, porque ningún día nos espera en el porvenir.
Tenemos que partir del análisis de la contradicción básica de nuestra Historia, la existencia de poseedores y desposeídos, la lucha de clases, que se prolonga también en “la escritura en tanto que lucha ideológica en el interior de la propia ideología hegemónica (Rodríguez, 2001:51)”. Insistir, también desde ella, desde la escritura, en cómo el sistema capitalista, en estos últimos treinta años, haya sido capaz de conseguir mentalizar a los explotados de que ellos también son poseedores, que tienen cosas por las que pagarán hasta la muerte (posesiones que curiosamente les obligan a claudicar rápidamente ante los verdaderos capitalistas si quiere seguir poseyéndolas, cosa que no ocurre al revés). Esa es la tragedia por revelar, el que el sistema haya sabido lanzar las contradicciones interclase contra los explotados, y los explotados no vean en otros que también lo son, sino competidores, enemigos, aunque esos enemigos para vivir sólo puedan vender su fuerza de trabajo, estén tan expuestos al mercadeo de su fuerza de trabajo como aquellos otros.
Demos al trabajo creativo una dimensión lúdica que nos haga ser feliz con lo que escribimos. Seamos consciente de que la literatura da y no quita a quien escribe. Que nuestras satisfacciones en poesía sean lo que nuestra poesía sea capaz de alterar, de provocar, de cambiar… “En la sociedad comunista no habrá pintores ni escritores, sino hombres y mujeres que pinten y escriban (Marx, Engels: 1888).”
Lo importante aquí, es constatar cómo estamos ante una experiencia que desborda práctica y simbólicamente la norma, que está más allá de lo que se define, conforma y se reproduce como comunidad poética oficial.
Es fácil comprobar esta afirmación en los más de mil concursos de poesía que se convocan anualmente en este país, con sus abultadas cifras de participación y lo exiguo (y reiterado) de la nómina de poetas que son premiados en ellos. Si estas prácticas institucionales de control de los discursos fueran efectivas, todos los concursantes deberían ser premiados. Aunque la justificación oficial para erigir un ganador es siempre su propio criterio de calidad como medida de negación del resto de los discursos, no debería escapársenos que, por debajo de estas convenciones, en realidad, lo que subyace, es la impotencia para poner orden en lo plural de una práctica que sigue produciendo discursos heterogéneos, abiertos, atonales, imprevisibles… que garantizan, desde su propia naturaleza, la autonomía de la práctica poética. Lástima que este maravilloso exceso de poetas y de prácticas poéticas no se traduzca en una multiplicidad de prácticas antagónicas proyectadas hacia la reconquista de otros dominios de la vida, sino en la aceptación de las reglas del juego y el deseo de verse recompensados por los detentadores de dichas reglas. En cualquier caso, un absurdo que neutraliza toda potencial oposición.
Más allá de la percepción subjetiva individualista, de un ejercicio de autodefensa saldado en vanidad, narcisismo, malditismo u otras formas de conducta insolidaria (reiteradas y hasta sorprendentemente invocadas por la comunidad poética), la práctica que aquí nos interesa es la que encarna la deconstrucción del sujeto a imagen de la ideología dominante y su construcción como consciencia emancipadora, práctica de oposición al orden existente y desafío a lo establecido a través de la manifestación de lo no permitido.
Si no asumimos esto como el centro de nuestra actitud en relación con el trabajo creativo estaremos cayendo en el peor de los errores, en “el doble absurdo de morirnos de asco si fracasamos o de mortal aburrimiento si al fin vegetamos en la letra impresa de cualquier manual literario en lugar de en el pensamiento, la fantasía, la cotidianidad o la simple compañía de unos lectores a los que se supone aspirábamos a llegar… la poesía asiste impertérrita a su aniquilación, atrapada entre… el ego enfermizo de quienes se creen triunfan por el hecho de salir en los papeles, y el… ego de quienes les culpan de todo y juran odio eterno mientras… asoma la vieja cantinela delquítate tu para ponerme yo (Beltrán, 1999:186)”, y entre ellos, una mayoría silenciosa que comete el peor de los delitos, mantenerse en silencio, teniendo el don de la palabra como su principal bandera, intentando ubicarse en uno u otro bando en vez de en una práctica antagónica a cualquiera de ellos. Una práctica que convierta la contradicción en regla, que trabaje, en la medida de lo posible, sobre una dimensión colectivista, cooperativa, en intercambio permanente con el resto de las prácticas revolucionarias.
Hay que dejar de trabajar para el enemigo. Hay que dejar de dudar sobre su conveniencia, sobre el hecho de que trabajando para él se le pueda ganar su juego. Dentro de su juego sólo podremos aspirar a que nuestra producción se torne más artística, se fosilice en el canon, sea inoculada como parte del espectáculo, se haga ella misma en tanto espectacular, inútil. Hay que ser consciente de que nuestra única posibilidad de victoria está en salir de su juego. No se trata de embellecer la política cultural, como se solicita y administra la creación desde el Estado, sino de objetivar las contradicciones. Atacar los códigos culturales desde los que se niegan. Desafiar, también simbólicamente, los símbolos de la ideología dominante. Liberar los lenguajes mudos, que estos aparezcan desde lo invisibilizado, que en esta práctica logremos conjugarnos como voluntad común de libertad, apoyo mutuo y diferencia para construir, desde la desobediencia, la vida buena.
Llegados a este punto cabría preguntarse, entonces, cuáles han de ser nuestros discursos, cómo han de informarse y qué formas han de adoptar. Nuestro interés, se centrará sobre aquellos que se hagan eco de la falsa racionalidad del orden existente, sobre los que entroncan con posiciones ante lo real que nos parecen con más capacidad para intervenir en ella, contradiciendo el lenguaje de los hechos tal y como nos es dado, mostrando que la realidad es más (y distinta) de lo que se ha codificado e impuesto como tal.
Para ellos, nuestro único requisito es que se construyan mejor si con ello ayudan a su comprensión (pero a su comprensión como problema estrictamente planteado en torno a la cooperación lectora con el receptor), aumentando, consecuentemente, sus efectos emancipatorios, en la medida que abran la realidad más allá de la establecida, se anticipen a la libertad y la autonomía aún por alcanzar.
Visualizaremos aquí, por tanto, una práctica de la poesía convertida en práctica de indagación, de revelación, de desvelamiento, reconociendo que toda esa práctica se hace desde un lugar, el del poeta, y por un ser concreto; sobre unas determinadas circunstancias, que no son poéticas, ni funcionan como tales hasta que no intervenimos con nuestro trabajo sobre ellas, y que lo hacemos desde una configuración de lo real que es a lo que, desde aquí, apelamos como ideológica. Esto último, que podría ser considerado por muchos como un instrumentalizar la poesía, o ponerla al servicio de algo, es en realidad la práctica poética de un discurso que, por invisibilizado, sólo parece tener visibilidad como texto instrumentalizado por oposición al resto de los discursos invisiblemente instrumentalizados y por eso mismo, sobrerrepresentados en función de su disposición justificativa de lo real a dominante.
Cuanto más presente la contradicción, más valor tendrá la poesía y, sobre todo, más libre será el sujeto que desvela los valores ideológicos que lo constituyen como no libre y más posibilidades tendrá de modificar esta situación en otros dominios de su vida.
En realidad, nuestra apuesta tiene los difusos y precisos límites del devenir real y fantasmagórico de la construcción ideológica de lo social como vía fértil de indagación de la base y de la cima (Char). No tenemos un proyecto global, totalizador, planificado. Operamos por oportunidad, aprovechando las ocasiones, dependiendo de ellas y de nuestras propias energías, de nuestra disponibilidad de recursos, de movilidad, y del azar. Es más, creemos que es ese el lugar donde el discurso puede resistir con más garantía de éxito, porque sus materializaciones serán siempre imprevisibles y por tanto, tendrán una oportunidad para mantenerse fuera del control de los aparatos del Estado, del capitalismo y su capacidad para transformarlas en mercancía, en pura vanalidad.
…Un hombre abre la boca/ se desgarra los labios/ y profiere palabras que no son mercancías.
RIECHMANN. La estación vacía. Valencia. 2000:20
Son ellos, los poetas, cuando se proyectan en lo social como creencia colectiva, los que hacen que el pensamiento y el arte sean reales y trastornen la Realidad, la Moralidad y la Economía, proclamando Mundos Posibles, destapando su realidad, haciendo posible su realidad, haciéndolos pasar por reales, liberando la producción de realidad de todo sistema de poder.
También te puede interesar...
- A la búsqueda del sentido perdido - febrero, 2021
- Interdependientes - noviembre, 2020
- La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco - octubre, 2020
