Diamantino; compromiso y organización
No ocupó ninguna silla en un Consejo de Gobierno, ningún escaño en el Parlamento. No militó en ninguna organización política, y cuando dirigió alguna organización, no lo hizo desde el liderazgo, sino desde la coordinación de los esfuerzos y las valías. El «con estos bueyes tenemos que arar» y «de este carro tiramos todos» eran frases usuales que dichas por él nos indicaban que no cabía el desaliento, aunque fuésemos pocos en determinadas coyunturas, y la importancia que teníamos todos -y cada uno- de los que participábamos en alguna acción.
¿Qué hizo entonces que este cura de pueblo, que no nació jornalero, fuese considerado por los trabajadores del campo como uno de los suyos? Sin duda alguna el hecho de renunciar al sueldo de cura y vivir exclusivamente de su trabajo. ¿Cómo es qué, sin declararse nunca nacionalista, pudo influir tanto en tantas conciencias para que entendiéramos que la transformación de la realidad de Andalucía era un objetivo prioritario?
A pesar de que escribió innumerables artículos -recogidos en la obra «Como un diamante«- Diamantino no fue un teórico sino un activista que revolucionó las prácticas políticas y organizativas del sindicalismo andaluz de la Transición, que dio a los sectores más humildes de la sociedad andaluza unas pautas para su autoliberación.
Un hombre en el que destacaba su coherencia y su capacidad para crear espacios de encuentro. Y todo ello desde su propio ejemplo. Haciendo de los distintos episodios que le tocó vivir una lección magistral entre pensamiento y obra. Haciendo de su vida un ejemplo con la puesta en práctica de sus ideas. Diamantino, por tanto, no fue un referente ideológico desde la poltrona y los discursos sino a través de su forma de vivir.
Me contó la Sánchez que una mañana de septiembre se fue a lo alto de la calle Las Cruces, a la salida de la Jara, para ver si conseguía alguna peonada para alguno de sus hijos, en estas, vio a un señor con ropa limpia pero humilde que andaba también por la esquina La Catana, que era donde se reunían los trabajadores a la espera que algún manijero necesitará de algún jornalero para dar la peoná. «Fui a pedirle trabajo y me dijo que él también buscaba trabajo. Después me enteré que el joío dios era el cura. Donde se habrá visto eso, un cura buscando trabajo«.
Pero no fue Diamantino el único que buscaba trabajo. Todo el grupo de curas que llegaron a la comarca de la sierra sur de Sevilla, una de las más pobres de Andalucía en el verano del 69 renunciaron a los sueldos de la Iglesia para ser uno más en cada pueblo; Miguel en Martín de la Jara, Enrique en Pedrera, Juan en Gilena y Esteban en Aguadulce.
Fue la principal medida que tomaron aquellos jóvenes sacerdotes, que habían llegado el 10 de agosto de 1969, para integrarse plenamente con los jornaleros de la Sierra Sur. De esta forma, las voces de los curas de aquellos pueblos eran las voces de unos hombres que no sólo conocían la realidad sino que estaban inmersos en ella, y además su intención era transformarla. Todos sabíamos que lo importante de su apostolado no eran los sermones de la iglesia o las hojas parroquiales, sino el ejemplo de sus propias vidas.
Otra de las estampas que sin duda, marcaron la vida de este cura jornalero fue aquella mañana en primavera en la Sierra Sur de Sevilla. En la puerta de la iglesia algunas mujeres esperaban que comenzara la misa pero el cura no estaba… En la plaza, hombres, mujeres y niños cargaban en dos autobuses maletas, bultos, cajas,… Se iban a Navarra a la vara de los espárragos. El cura, entre ellos, repartía abrazos y buenos deseos. Él no iría en ese viaje. Ya tenía sitio para la vendimia francesa, unos meses más tarde. Tras las despedidas, cuando el autobús enfilaba Las Cruces para un viaje de más de mil kilómetros, hasta Navarra, con sus asientos ocupados por familias que dejarían atrás la miseria durante algunos meses, Diamantino se dirigió a las mujeres que esperaban en la puerta de la iglesia: «Si venís a buscar a Dios, Dios hoy va en esos autobuses”.
En estos hombres descreídos, muchos de los cuales sólo irían a la iglesia el día de su boda o de su entierro, Diamantino supo ver a su dios. Ese proceso de humanizar a su Dios, de verlo reflejado en los rostros amargos de la pobreza, le hace abogar por nuevos valores que llevar a la organización; solidaridad, espiritualidad -entendida desde la infravaloración de lo material-, diversidad de opiniones, son en su opinión valores imprescindibles de defender y desarrollar en las comisiones de jornaleros.
Diamantino fue esencialmente un activista, pero ese activismo no estuvo reñido con el análisis y con la apuesta por fórmulas organizativas nuevas. Nuevos métodos organizativos basados en principios radicalmente democráticos totalmente alejados y ajenos a las jerarquías y al funcionamiento de organizaciones de “políticos de oficio» -como denominaba Blas Infante a los políticos profesionales-, y que apuestan claramente por el encuentro en la diversidad.
En un artículo publicado en Pastoral Misionera de 1987, hace una encendida defensa de lo que va a ser el valor de su actuación pública en sus muchas facetas. La apuesta por la auto organización de los colectivos y el sentir las injusticias del sistema en sus propias carnes hacen que su pensamiento se aleje de la concepción organizativa de los partidos clásicos. Es decir, de profesionales que hablan “en nombre de” sino que sean los propios sujetos del colectivo los dirigentes de éste.
Sus apuestas organizativas van parejas a sus propias experiencias vitales. Así, cuando participa en la Asamblea de constitución del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) participa como uno de los principales dirigentes de las comisiones de jornaleros y no como un cura solidario. Él no es ni un salvador ni un sabio, sencillamente uno más. Recuerdo que en el viaje a Antequera para participar en la Asamblea fundacional del SOC en el verano de 1976 Diamantino me reitera la necesidad que ya había defendido en todas las reuniones preparatorias de que la organización sindical que surge de aquel encuentro debería ser plural y unitaria. Sin embargo, ante la disyuntivas que plantean los sindicalistas ligados al PCE de crear las comisiones campesinas, Diamantino aboga claramente por un sindicato de jornaleros, ya que los intereses de jornaleros y campesinos son diferentes cuando no contrapuestos.
El SOC que nace de aquella Asamblea es un espacio de encuentro de comunistas, andalucistas, cristianos de base e incluso anarcosindicalistas.
En el II Congreso del SOC Diamantino tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de toda su permanencia en el SOC, aceptar ser nombrado presidente del Sindicato de Obreros del Campo. La necesidad de remarcar el carácter independiente del SOC sobre todo del Partido del Trabajo, plantea la necesidad de que sea alguien independiente de este partido el que ejerza la presidencia del sindicato -que ocupaba entonces Gonzalo Sánchez, líder histórico del movimiento jornalero en Lebrija y el marco de Jerez-. Gonzalo solo acepta ser sustituido por Diamantino que, precisamente, había sido uno de los mayores defensores del carácter independiente del SOC. Diamantino acepta el cargo.
Desde ese mismo momento comienza buscar un sucesor en la direccion del SOC que no sólo trabajase como jornalero sino que también fuese jornalero de origen. En el tiempo que preside el Sindicato manifiesta su concepción de un sindicalismo marcado por la limitación de mandatos de sus dirigentes y por unas direcciones conformadas como equipos de trabajo.
El protagonismo adquirido por Juan Manuel Sánchez Gordillo, un joven maestro de Marinaleda, a través de liderar las huelgas de hambre contra el hambre, y las ocupaciones de la finca El Humoso, chocan contra la concepción de autoorganización que Diamantino quería para el SOC. «Un cura, un maestro y un activista no pueden seguir siendo los referentes del SOC”, me dijo. Lo encontrará en un joven jornalero de El Coronil, miembro de la Permanente salida del primer Congreso de Morón. Diego Cañamero pertenece a una familia que se marchó de Campillos por culpa de la represión franquista y que tras un tiempo viviendo en la Isla del arroz, se establece definitivamente en El Coronil.
Cañamero tiene una capacidad innata de liderazgo pero tenía una visión muy clásica del sindicalismo como correa de transmisión del partido. Se había distinguido en los Congresos y Asambleas del sindicato por su visión internacionalista clásica propia del sector menos nacionalista del PTE. Diamantino, sin embargo, apuesta decididamente por Cañamero. Tras una visita que le hacemos Diamantino y yo al cortijo de Trajano, un pueblo de colonización en el que Diego trabaja de algodonero con toda su familia, el presidente del SOC se muestra emocionado ante la realidad del dirigente jornalero. «Esta es la verdadera realidad de los jornaleros. Temporeros en tu propia tierra«.
La labor propagandística de las virtudes de Diego se convierte en una de las labores de su cargo. Al contrario que muchos dirigentes que cierran puertas al futuro, él allana el camino al que considera más adecuado para sucederle. Finalmente, Diego, es elegido secretario general del SOC en marzo de 1984.
Para muchos de los que tuvimos la enorme suerte de trabajar codo con codo con el, Diamantino fue un extraordinario organizador que influyó decididamente en los aspectos clave de los colectivos en los que participó. En este sentido, sus apuestas fueron provocadas por sus propias experiencias vitales; no profesionalización de los dirigentes, mínima estancia posible en los órganos de dirección, colectivos autoorganizados y una práctica política cuyo discurso era la propia vida. Tal y como señala su amigo y compañero José María de los Santos, en Diamantino se reproduce una de las características fundamentales de los andalucistas históricos: la empatía hasta sus últimas consecuencias con los más humildes de la sociedad andaluza.
Por ello, cuando cambia la realidad socieconómica de los jornaleros de la Sierra Sur sevillana, Diamantino crea la Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). Sin olvidar nunca a sus jornaleros vuelve a apostar por los más débiles; inmigrantes, enfermos, presidiarios,… colectivos excluidos reciben su lucha, su apuesta, su solidaridad, su empatía.
«Qué estaré haciendo mal para que los mismos que ordenan detenerme, los mismos que promueven las situaciones de injusticia contra las que yo lucho, ahora me dan una medalla” Diamantino, en 1993, al enterarse de que la Junta le había concedido la medalla de Andalucía.
Con su muerte, de cáncer en febrero de 1995, se cierra un capítulo fundamental en la lucha de los jornaleros andaluces. Una lucha marcada por unas prácticas organizativas con unas claras señas de identidad.
Cuando ahora escuchamos las apuestas por nuevas formas de hacer política, a los que participamos en aquella experiencia nos recuerda que anticipamos un tiempo y unas formas ligadas a un hombre que hizo de su vida una demostración de que lucha y vida deben ir indisolublemente unidas.
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