La última revolución jonda
No llegó motivada por la mala situación presente. A pesar del desequilibrio económico provocado por el “milagro español” y la posterior “crisis del petróleo”, los flamencos se encontraban sensiblemente mejor durante ese periodo que en la posguerra, donde se rifaban por cuatro duros.
Tampoco tuvo especial repercusión la represión a la que los artistas del momento se veían sometidos ya que la censura de los últimos años de dictadura se alejaba en dureza de la practicada años anteriores. Además, en lugar de los antiguos cuartillos de señoritos donde los flamencos pasaron las peores duquelas, florecían a lo largo de la península multidud de peñas y festivales; formatos ricos en estímulos con los que contentar a un público cada vez más sabio, apasionado y exigente.
Por si fuese poco figuraban por entonces en mayor o menor plenitud de facultades el Beni de Cádiz, la Perla, Fosforito, Porrinas de Badajoz, Chocolate, Agujetas, Fernanda y Bernarda de Utrera, Paco Toronjo, Pepe el de la Matrona, la Paquera de Jerez, Antonio Gades, Farruco, Mario Maya, Matilde Coral, el Güito, Manuel Parrilla, Juan Habichuela, Melchor de Mairena, Manuel Morao… Una hornada llena de sapiencia, gracia y sentimiento que dotaba al flamenco de un estado de salud formidable.
Así pues, la última revolución jonda no estuvo provocada por catarsis, maldiciones, revanchas, falta de inspiración o de adaptación a los nuevos tiempos. Más bien al contrario. Surgió por la eclosión de un puñado de artistas con un talento descomunal y la necesidad común de recuperar un tiempo perdido marcado por la ausencia de libertad, ya fuese por cuestiones intrínsecas o extrínsecas al flamenco.
Debemos recordar que hablar de los años setenta es hablar de una etapa de vital importancia en la configuración del ADN de cualquier españolito de turno. Es hablar de transición y ruptura, de ilusión por lo nuevo. Es principalmente hablar de profundos cambios estructurales, la mayoría de los cuales serían los cimientos de la actual sociedad española.
Dentro de este contexto debemos incluir también al arte flamenco; por eso, hablar de los setenta es hablar principalmente de las figuras de Enrique Morente, Paco de Lucía y Camarón de la Isla.
Tres genios que, secundados por una legión extraordinaria como Manolo Sanlúcar, Ricardo Pachón, Pepe Habichuela, Tomatito, Manuel Molina, Lole Montoya, Carmen Linares o Gualberto, se pusieron el mundo por montera y, llenos de valentía y buena fe, fueron capaces de romper las fronteras, los moldes y las cadenas existentes hasta entonces, acabando con unas limitaciones que aprisionaban a los profesionales en una formidable pero única expresión artística y siendo capaces de llevar al flamenco a una nueva dimensión, antes inexistente, de la que ya no regresaría.
Fruto de esa revolución artística surgieron tres trabajos, Despegando, Fuente y Caudal y La leyenda del Tiempo, que marcarían el comienzo de una nueva era flamenca, la era contempóranea.
Enrique Morente, el cantaor futurista.
Enrique Morente Cotelo nació en el barrio granadino del Albayzin en 1942. Desde entonces, su vida fue un ir y venir constante, un viaje continuo sobre el tiempo y el espacio con el único propósito de abarcar todo el conocimiento posible y, a través de su personalidad, plasmarlo en el flamenco.
De Antonio Chacón y Juan Varea a Aurelio Sellés o Pepe de la Matrona. De Madrid a los Jereles haciendo parada en cualquier coordenada en la que se respirase talento; ya fuese en el Candela, el Museo Thyssen o el Colegio San Juan Evangelista. Todo sitio era bueno para entonarse y compartir risas, anécdotas y vivencias con los compañeros, siempre salvaguardados por la sensibilidad, el compañerismo y el amor al arte .
Principalmente fue la inagotable energía que poseía Enrique Morente a la hora de buscar nuevas fuentes de inspiración y gozo la razón por la que el flamenco se embebió de lo mejor de la cultura y quedó libre de viejos estigmas que aseguraban que era un arte para analfabetos. Nadie mejor que él supo enriquecerlo con las mejores esencias de otros movimientos, por más alejados que pareciesen, abriendo así un abanico de posibilidades inexplorados hasta la época.
Sin temor al error y siempre comprometido con el arte grande, se embarcó en aventuras que a larga serían fundamentales para entender el flamenco actual, sirviendo de escudo ante las críticas a los artistas nóveles que, desde cualquier ámbito y embaucados por su personalidad, se atrevían a experimentar una nueva manera de ser y sentir.
Por todo eso, Don Antonio Mairena, máximo exponente del flamenco tradicional, argumentaba que Enrique Morente era un cantaor futurista; ya que partiendo del mejor conocimiento posible de la tradición y al margen de modas temporales, se atrevía a experimentar un nuevo concepto de flamenco, el cual, impregnado por una personalidad diferencial, posiblemente asentase las bases del cante del mañana.
No se equivocó mucho en su previsión el maestro de Mairena del Alcor y a lo largo de su amplia carrera, Enrique Morente dejó en discos como Despegando, El Pequeño Reloj, Omega o Pablo de Málaga un legado imprescindible para la mayoría de artistas flamencos actuales, siendo ellos mismos los que se reconocen hoy en el alma pura y libre de prejuicios del cantaor granadino y afirmando que sin él, el camino que han encontrado sería mucho más inhóspito y desagradecido.
Paco de Lucía, el mesías de la guitarra.
Algo similar ocurrió con Paco de Lucía quien, desde que nació en Algeciras en 1947, fue reuniendo todas las condiciones precisas para marcar un antes y un despúes en la historia de la guitarra.
Afán de superación, amor propio, técnica, tesón, armonía, compás, musicalidad, fuerza, valentía y arrogancia eran requisitos indispensables para aquel que quisiese hacer evolucionar un instrumento que, a pesar de su importancia, no conseguía tener el lugar que merecía en el olimpo de los dioses flamencos. Paco los reunió todos y de una tacada puso el mundo boca abajo.
Y fue así porque de la escuela de Niño Ricardo y de Sabicas supo extraer lo necesario para crear una escuela propia; de los compañeros a los que acompañaba, Paco absorbió el conocimiento y la experiencia para realizar un mejunje al que, añadiéndole todo el corazón posible, se convirtiese en la mejor de las secuencias sonoras.
Lleno de responsabilidad viajó desde muy chiquitito por todos los escenarios del mundo mostrando a pecho descubierto su revolución musical. Falsetas, arpegios y trémolos nacían desde su interior para, desafiando la lógica hasta entonces conocida, desembocar en un manantial de belleza inusitada.
Paco de Lucía fue un torrente acústico capaz de poner en guardia a todos los flamencólicos habidos y por haber, hermanando el flamenco, el jazz y la música clásica. De la mano de Camarón, Chick Corea o John McLaughlin, demostró que el intercambio musical no tenía fronteras.
Aflamencó el cajón peruano, colonizó los mayores escenarios del mundo y dotó al flamenco de la mejor de las cartas de presentación posibles. Qué mejor manera de mostrarse orgulloso ante cualquiera que saberse parte fundamental de la historia de este guitarrista universal.
Comprometido, tenaz y persistente solo empezó a descansar una vez concluida la tarea de liberar a la guitarra del yugo del pasado. Fue entonces, cuando decició evadirse, proclamando a los cuatro vientos su victoria.
Camarón de la Isla, el mito.
Claro que para llevar a cabo la revolución “jonda” hacía falta una persona que consiguiese unir el mayor número posible de corazones entregados a la causa. Alguien con tal poder de atracción en su metal de voz que lograse amansar a las fieras más puristas, calmar las aguas revueltas de las clases sociales más críticas y mantenerse de pie en las tierras movedizas que representaban por entonces los altos magnates de las casas discográficas.
Esa persona nació de la sal de San Fernando en 1950 y se llamaba José, aunque todos lo conozcamos como Camarón.
De Camarón de la Isla cuentan que le pusieron tal mote porque de pequeño era más rubio que el Sol, que su sola presencia llamaba tanto la atención que en las multirraciales calles de Nueva York se paraban a observarlo y también, que llegó a tener tanto calado dentro de la etnia gitana que los cabezas de familia llevaban a sus descendientes con problemas para que los curase con solo tocarlos.
Vivió como quiso, consciente de que su garganta le permitía alcanzar los rincones más profundos del alma y que desde jovencito hechizaba a todo aquel que lo escuchara por primera, por cuarta o por trigésima vez.
Llegó a Madrid para ganarse la vida y allí, además de encontrarse con los mejores flamencos, se dejó embaucar por la nueva corriente creadora, poniendo a su servicio todo el duende contenido. Creó una escuela cantaora y con La Leyenda del Tiempo traspasó fronteras, convirtiéndose en un fenómeno de masas. Lástima que como todos los genios fuese caprichoso y nos abandonase demasiado joven.
Por suerte, en forma de testamento y recompensa nos dejó su obra; con la que afianzaba el paso dado al frente y demostranba que el flamenco seguía muy vivo.
Cuarenta años después ha llegado la generación de los Povedas, Vicentes Amigos y Cigalas; con nuevas formas y conceptos, estrenando siglo nuevo y nuevos aires; conquistando territorios insospechados y poniendo en jaque a todos aquellos que creían que ya estaba todo cocinado.
No olviden que a cada paso que dan, a cada concierto que realizan, a cada disco que sacan al mercado o a cada nuevo incondicional que captan, no hacen más que recordarnos que nuestra música es un arte universal, que tiene ya siglos de existencia y que, a pesar de todo lo conocido, la próxima revolución “jonda” se encuentra seguramente a la vuelta de la esquina.
!Que no os pille desprevenidos!
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