Raíces

País Andaluz

País Andaluz. Olivo milenario en Andalucía.

País Andaluz

Por Rubén Pérez Trujillano

Un soplo de la brisa de mi país, una onda de perfumes y armonías lejanas besó mi frente y acarició mi oído al pasar. Toda mi Andalucía, con sus días de oro y sus noches luminosas y transparentes, se levantó como una visión de fuego del fondo de mi alma”. Quien escribe estas palabras es Gustavo Adolfo Bécquer cuando su estancia en Madrid. Todos lo conocen. Quiero pensar que sienten lo mismo quienes, hoy, alquilan un cuarto en un suburbio berlinés o en la City de Londres. Lo que no todos conocerán es esta faceta del poeta romántico por excelencia, quien también dijo que “la soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía”.

Yo aborrezco esa soledad. Me repugna. Me mata. Por eso la nombro y no soy el primero. Antes que Antonio Machado, el cordobés Ibn Šuhayd compuso el poema “Lo nuestro es pasar”. Y antes que Calderón de la Barca titulara su hermosa obra teatral como “La vida es sueño”, aquel mismo poeta andalusí había escrito “Epitafio: la vida es un sueño”.

Ibn al-Haddād, visir de Almería, lloró por el amor a una mujer de religión cristiana (mozárabe) que no le correspondía: “Y no voy a los monasterios, conventos e iglesias / por pasión por ellos, sino por ti, ¡oh dulce amargo!”. Y finalizó su llanto: “Aunque me abandones y me rechaces, / yo te he amado, te amo y te amaré.”.

Ibn Baqī lamentó que Al Andalus fuera una tierra de “aljamiados” (acŷamī), es decir, de población autóctona y no árabe, por lo que viajó a los países “bienhablantes del árabe”. Son esos mismos aljamiados los que devendrían campesinos sin tierra (felah mengu) para luego forjar el cante flamenco sobre las cenizas del “deseo del duende” alabado por Ibn al-Abiyad.

Ibn Arabī, el sevillano, enlazó cabalmente las grandes religiones (budismo, judaísmo, cristianismo e islam) para llegar a la conclusión de que “sólo el Amor, solo, es mi única fe y mi religión indivisible”.

No había nacido nuestro andaluz universal, Juan Ramón Jiménez, cuando Ibn Jafāŷa honró al “dios deseado y deseante”, proponiendo combatir la muerte con la vida y el placer, en abierta oposición con los cristianos y los musulmanes de su época. “Por vivir en Al Andalus –advirtió a sus contemporáneos–, no temas el Infierno en la otra vida. / No habrá, para quien vive en el Paraíso, entrada en el Infierno”.

Al Andalus es para Andalucía lo que la Antigua Atenas para Grecia. Todo y nada. Porque una y otra son cunas de la civilización. Si son para Europa y para la Humanidad, ¿por qué no iban a ser nuestras? La gente desmemoriada del Sur tiene su albalate: un camino, una torre, un pueblo. El País Andaluz es una fibra de la conciencia que algunos cogen al vuelo. Un hilo que une corazones en un telar sin fin. Un espíritu que, sin embargo, se muere. Un sueño que algunos tienen, como confesó Luis Cernuda. Bécquer lo comprendió a la perfección.

En algún lugar de Europa, un hermano piensa que el siglo XXI no está a su altura. No permitamos que ser andaluz se convierta en una pesadilla que la mayoría tiene, aquí o en cualquier parte. Andalucía tiene cuatro estaciones: alegría, deseo, esperanza y soledad. O aceleramos los relojes o el futuro echará sus anclas en un mar extranjero y se burlará de nosotros.

Que el amor nos envuelva a propios y extraños, sea cual fuere el suelo que pisemos, es un sueño que puede palparse con los dedos. No abracéis la soledad. Ella quiere mataros. Como clama una antigua letra flamenca:

“Que te compren no me extraña,
que te vendas… ¡eso sí!
y lo que menos comprendo
es que no te extrañe a ti.”

Quien haya leído a Bécquer se sonreiría si le dijera: Andalucía eres tú. Alguien debe responder la pregunta que muchos comienzan a hacerse en Berlín, en Londres, donde sea. Releo al poeta. Hay que levantar Andalucía como un fuego del fondo del alma.

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