Las crecientes desigualdades sociales, el deterioro del medio ambiente, la debacle cultural, conceptual y moral… claman por una modificación radical de las tendencias actuales. Se trata de inflexiones imprevistas, imprevisibles. Lo inesperado -como sucedió con Mandela y Gorbachev- es nuestra esperanza para esclarecer los horizontes hoy tan sombríos.
Hay momentos en que es preciso hacer realidad, con imaginación e intrepidez, lo que se juzga indebido por los anclados en la inercia, en insistir en aplicar viejos remedios para nuevas patologías.
Ya lo advirtió Amin Maalouf y no me cansaré de repetirlo: «Situaciones sin precedentes requieren soluciones sin precedentes«.
El mundo de «los mercados» se está acercando peligrosamente a puntos de no retorno. Sería una irresponsabilidad histórica mantener las pautas actuales. La solución es democracia genuina a todas las escalas: mundial (multilateralismo eficiente), regional, local y personal. Es apremiante la transición de la fuerza a la palabra, reducir drásticamente el gasto en la seguridad de unos cuantos para atender la vida digna de todos (alimentación, salud…) Ya lo advirtió José Luis Sampedro en su mensaje a la juventud: «Tendréis que cambiar de rumbo y nave«.
Entre tanto, el poder ciudadano está emergiendo. Sí: son cambios inaplazables.
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