Recuerdo cuando leí el primer libro de Manolito Gafotas que cayó entre mis manos. Tendría menos años que dedos, seguro, lo conté en el colegio como ahora cuento el último episodio de Juego de Tronos (la gente llega tarde, yo me he leído los libros, pero me gusta compartirlo). Me enganché a esos libros que hablaban de mí y de mis compañeros, de la chica que me gustaba (que por cierto sigue siendo sólo amiga mía), del chulo de la clase (del que sé cosas que es mejor no contar) y del empollón (que, a Dios gracias, me sigue resolviendo dudas incontestables). Al chulo de la clase, ya en sexto, también le gustaba, pero me dijo que no lo dijera porque le haría quedar mal. Por supuesto, no entendí ese rechazo. Luego, no mucho despues, vino Harry Potter y aquello fue el acabose. Años más tarde, ya en la facultad, seguimos hablando de cómo hoy en día nos sigue influyendo aquel niño inglés que resultó ser mago.
Desde entonces, el arte y yo no nos separamos. No tenemos aniversarios, ni etiquetas, no nos debemos nada el uno al otro, yo no me cabreo si me pone los cuernos con otro, el arte no se inmuta si un día le engaño con el fútbol o el baloncesto. Es algo bastante sano. De todas sus partes, las dos que más me gustan son la música y la literatura. Ojo, el cine está ahí, ahí. Además, como no es un cuerpo que tocar, muchas veces se mezclan y hacen canciones, coplas o cuplés; o se independizan y aunque la pintura me rechace aun siento que la literatura está junto a mí, impasible. Y por encima de todo, lo bueno que tiene el amor a estas cosas de por la tarde es que me siento correspondido.
Como por arte de magia muchas veces he abierto un poemario y me he deshecho en halagos hacia mi incorpórea pareja cuando la página elegida al azar me ha descubierto el poema con el que en ese momento más identificado podría sentirme. Como un regalo, le digo “has acertado, otra vez, no sé cómo lo haces” sin tener que abrir la boca.
No necesito leer todos los libros del mundo, ojalá pudiera, ni tener la cita exacta para cada momento, a veces basta con saber que está ahí, saber que cualquier cosa que se te haya pasado por la cabeza ya está escrita por alguien, no hay situación personal que no haya pasado por un boli, una pluma, una pared o una máquina de escribir. Es una forma de decir “no estás sólo” cuando te sientes “como una perra enferma”, que diría Gil de Biedma; o “tu alegría es compartida”, cuando sientes todo lo contrario.
Me ama profundamente, como a tantos otros aman tantas otras cosas. Intentaré no caer en tópicos que me sacan de quicio, como aquello de “la poesía me escribe a mí” (Las ventajas de ser un marginado, muy recomendable), de alguna forma el conocer a otros me hace mejor escritor, pero no siento una gran diferencia. Sí que siento, de alguna forma, que me hace mejor persona; más comprensivo, desde luego, con más respuestas para quien haga preguntas.
Incluso de entre todas sus fuentes el agua es igualmente clara y purificante. Las canciones, los pasodobles del Carnaval, las novelas…
Y ahí está, como poco quince o dieciséis años después, sin dejarme, “cuánto te habrá costado acostumbrarte a mí”, con la misma frescura que cuando Manolito Gafotas me presentó al Imbécil y me enseñó Carabanchel (Alto), el mismo interés, la misma magia.
Por todo eso hoy he querido hacerle este homenaje, porque ya está bien de tanto recibir, que como uno es más bien rojeras, después en Intereconomía dicen que somos unos aprovechados para todo. Esta vez soy yo, amiga, compañera o novia Literatura, el que te declara su amor, tan eterno como mis entendederas.
También te puede interesar...
- Un Flamenco que hable de nuestra generación - junio, 2019
- Anatomía, receta y composición de Juan Carlos Aragón - mayo, 2019
- Cádiz industrial - febrero, 2018
