Opinión y Pensamiento

No con mi voto

por Emma Martín Díaz

En los últimos días, mi pronunciamiento por la abstención activa ante las próximas elecciones al Parlamento  Europeo ha dado lugar a una serie de mensajes, tanto públicos como privados, por parte de un grupo de personas no muy numeroso, pero si muy importante, que manifiesta su sorpresa, su extrañeza, y, también, abiertamente su rechazo a esta posición. No voy a repetir aquí los argumentos que se desarrollan en el artículo conjunto aparecido en la revista diagonal[1], pero si creo conveniente contestar a algunas de las objeciones formuladas por personas de las que sé seguro que les ha movido a responderme su indudable compromiso con la lucha contra las desigualdades sociales y el cambio de las reglas del juego. Como el debate está abierto y es intenso, aprovecho para compartir estas reflexiones con todos aquellos lectores interesados en la cuestión.

Primera objeción: La abstención beneficia a la mayoría y consolida el bipartidismo. Como norma, estoy absolutamente de acuerdo que allí donde se toman realmente las decisiones una mayor representación propicia una mayor participación del espectro social, pero, como se argumenta en la citada declaración, no es cierto que el Parlamento Europeo tenga competencias para tomar decisiones, y este es el primer punto que hay que denunciar. A este hecho, que no apreciación, hay que añadir que la abstención activa se propugna como la mejor medida de destapar este vaciamiento de competencias. No votar, en mi opinión es no contribuir a la farsa que tan bien se formula en la fábula del traje del emperador, pero, además, una abstención activa, significa no sólo no decir que el traje le sienta bien, sino directamente que el emperador va desnudo.

Por tanto, plantear la cuestión en términos de propiciar la consolidación de las mayorías o del bipartidismo es sacar la postura del contexto concreto en el que se plantea y darle un carácter de proposición universal que está lejos de ser cierta. Yo nunca he considerado que, allí donde la toma de decisiones tenga lugar, haya que abstenerse. Bien al contrario, donde la voz de los ciudadanos sea tenida en cuenta es de obligado cumplimiento participar, si se desea realmente transformar la sociedad. Otra cuestión más compleja es dónde se encuentran hoy estos espacios, pero este tema nos llevaría a un análisis más prolijo que no procede en este momento. Baste repetir que la voz de los ciudadanos de los países de Europa no está representada en el parlamento europeo, y no por la existencia de mayorías, sino por las propias características de la Institución.

Segunda Objeción: A los dirigentes europeos  no les importa la abstención. Esta es una cuestión muy discutible. La idea de que lo que les interesa a los políticos es ganar, y que se frotan las manos cuando la gente se queda en su casa y no vota podría ser cierta con índices muy altos de participación, pero deja de serlo cuando ésta entra rápidamente en declive. No puedo evitar pensar que algunos de quienes defienden esta idea tienen en la cabeza que la no participación de la ciudadanía es un síntoma de indiferencia y no un indicador claro de la deslegitimación de la llamada clase política. Sin embargo, un análisis de la participación electoral muestra una clara relación de causa-efecto entre la trayectoria de las instituciones políticas y la desafección de la ciudadanía, por lo que podemos pensar que la no participación es un reflejo del castigo político de la ciudadanía a sus representantes, y que en ese aspecto es una respuesta consciente y deliberada, y no una muestra de desinterés por la política. Claro que la respuesta mayoritaria desde el poder, y desde muchos grupos de todos los signos que aspiran a tener representación en el Parlamento Europeo, será considerar que lo que ha predominado es la desidia, pero eso no es coherente con la tendencia demostrable en las tasas de participación electoral y, además, puede suponer una descalificación de la ciudadanía a la que se pretende defender y representar. Quizá mi condición de mujer me pone especialmente en guardia frente al paternalismo que supone considerar que hay alguna gente que sabe mejor que la mayoría qué es lo que conviene, y que quién no lo ve así está equivocado o es un irresponsable. Por tanto, creo firmemente que si la gente decide ese día irse a la playa su decisión no es absoluto irresponsable, sino coherente con la irrelevancia de las propia institución en la toma de decisiones de las cuestiones que les afectan de forma tan grave como cotidiana.

Creo, además, que los representantes políticos son muy conscientes de este hecho y por tanto, que la abstención es el mayor toque de atención que se les puede dar. Claro que   les gusta ganar, pero por goleada, y no por incomparecencia del rival, ya que, no lo olvidemos, su fuerza radica es su legitimidad, y una pobre participación abunda precisamente en la dirección contraria. Del mismo modo, cabe argumentar que una alta participación les legitima como representantes, incluso aunque el precio a pagar sea perder fuerza numérica. Mientras el reparto de la tarta les beneficie, y nada hace esperar que no sea así, poco importa tener que compartir los privilegios de los que gozan con unas cuantas guindas, que contribuirán a hacer más atractiva la institución y darle un considerable respaldo de representatividad.

Tercera objeción: No votar es renunciar a hacer política. Esta idea va acompañada de la expresión “si no votas no tienes derecho a quejarte”. No puedo estar en más desacuerdo con esta idea. A lo largo de mi ya dilatada trayectoria de participación electoral he comprobado que mis quejas no suelen ser trasladadas al espacio europeo por la vía de mis representantes, sin embargo, si ha llegado, y con fuerza, a través de los movimientos sociales y las formas de expresión que las democracias reconocen como legítimas y que están recogidas en las cartas de derechos fundamentales. Mi oposición a la guerra de Irak, mi rechazo a la política de fronteras, mi disgusto ante una Europa que sirve a los mercados, y no a los ciudadanos, ha tenido siempre repercusión fuera y no dentro de los ámbitos de representación política. Ni he renunciado, ni renunciaré a hacer política de la forma que se ha demostrado más eficaz. Cabe señalar que los dirigentes políticos son conscientes de este hecho hasta el punto de que están formulando leyes contra estos derechos fundamentales. En este sentido, y para terminar, yo no renuncio a hacer política, lo que rechazo es la idea de que la política sólo pueda y deba hacerse a través de la representación, y mucho más cuando, como en este caso, se ha demostrado claramente inoperante.

 

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