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Alegrías de París

Alegrías de París

El agasajo que la obra cinematográfica de Gonzalo García Pelayo recibe este mes de marzo en el Jeu de Paume de París no es fruto de la casualidad y viene a ser culminación de otros agasajos recibidos en distintos lugares, de Madrid a Viena pasando por Cádiz y el Festival de Alcances. De pronto el nombre de García Pelayo vuelve a ser noticia cinematográfica y se le reconoce su lugar en la vanguardia del cine español de la transición con una serie de películas determinantes, poseedoras de un espíritu y un lenguaje libre que personificaba Vivir en Sevilla, suma de frescos y documento extraordinario de un tiempo muy concreto, de una Sevilla expectante, primaveral, cuyos gozos y sombras quedaron impresos en la pupila de Gonzalo García Pelayo.

Gonzalo García Pelayo

Gonzalo García Pelayo

Las cinco películas que conforman aquel primer ciclo del cineasta fueron en la mayoría de los casos vapuleadas por la crítica. Revísese, por ejemplo, lo que decía Diego Galán en las páginas de Triunfo de Frente al mar y a partir de ahí hágase una idea del desafecto que la obra de Gonzalo causaba entre la critica española. Hubo –claro está- honrosísimas excepciones y entre ellas cabe citar a José Luis Guarner, uno de los pensadores cinematográficos más eminentes de nuestro cine. Guarner sabía ver lo que otros no veían con una escritura apasionada, sin necesidad de someter al lector a una pompa analítica excesiva. Uno sabía al leer las reseñas de Fotogramas que cuando le llegaba el turno a Guarner había que ponerse firmes porque lo que seguía era una lección de saber ver el cine y de saber desentrañarlo. El crítico barcelonés escribió una reseña muy positiva de Corridas de alegrías en las páginas de El Periódico un ya lejano 27 de octubre de 1982. Guarner tenía la osadía de emparentarla con la fundacional Al final de la escapada de Godard pero en versión andaluza y la consideraba más interesante que la academicista La colmena de Camus o que Laberinto de pasiones del mismísimo Almodovar que ya empezaba a tomar posiciones como cineasta español de referencia. Para Guarner lo que distinguía a Gonzalo del resto de voces era que tenía una voz propia, personalísima, como ya había demostrado en la singularísima experiencia de Frente al mar.

Hoy nos acordamos de Guarner cuando vemos a Gonzalo García Pelayo disfrutando del ciclo que se le dedica en París. De pronto el cineasta ha encontrado un grupo de críticos entusiastas que comprende su obra, que analiza, que la relaciona con la de otros egregios cineastas. En mi caso particular me siento feliz de haber sido de los primeros en reivindicar su cine cuando casi nadie lo hacía destacando también su encomiable labor como productor musical como prueba el catalogo del célebre sello GONG de cuya aparición se cumplen cuarenta años. Cuando conocí a Gonzalo yo buscaba al cineasta que había labrado una película tan impredecible y gozosa como Vivir en Sevilla. Más que su ópera prima Manuela o que el poema cantado de la paisajista Rocío y José, a mí me interesaba aquella película tan colorista y multiforme en la que aparecía Silvio o en la que la actriz Ana Bernal lloraba al paso de la Macarena. Podía bastar esa secuencia mínima, casi cernudiana (el poema “Luna llena en Semana Santa” en el pensamiento) para comprender que quien filmaba Vivir en Sevilla era un cineasta diferente que al igual que Truffaut sentía el cine como algo muy ligado a la vida, a los sentidos y a las pasiones.

Ha pasado muchísimo tiempo desde aquel 1978 de construcción democrática y de andalucismo palpitante. Gonzalo García Pelayo ha vuelto al cine después de años de silencio creador y ha dado a luz una película titulada Alegrías de Cádiz, fiel a su estilo, fiel a su expresividad, a su forma de mirar y de encuadrar, persiguiendo con su cámara de cineasta salvaje el latido festivo y amoroso de la ciudad trimilenaria que canta para espantar sus males. Al compás de ese rodaje Pepe Freire y yo fuimos ultimando Vivir en Gonzalo, un documental centrado en su figura, una forma de reconocernos en el cineasta luminoso, febril, rompedor que Gonzalo siempre ha sido.

En este momento imagino a Gonzalo mesándose la barba en la ciudad de la luz, adentrándose en un laberinto de intrincadas callejuelas donde pasea el fantasma de Cortázar, el espíritu mismo de Rayuela, voces y ecos de un pasado efímero. Y termino imaginando a Gonzalo en el cementerio de Montmartre frente a la tumba de Truffaut sintiendo la primavera parisina en los labios mientras su cine encuentra las respuestas que no halló en su momento, como si de pronto se hiciera justicia con quien tanto la había merecido.

Luis García Gil
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