R.I.P. Félix (el) Grande
por Manuel Onetti
De oídas, esas cosas que entran y se van, así concebí el flamenco hasta los veinticinco años, indiferente ante las carceleras, los martinetes o las seguiriyas que algunos amigos míos oían en la radio del coche, e incluso con desprecio cuando me hacían confundir el flamenco con otras formulas de toque aflamencao. Pero la Poesía (quién sino) me hizo descubrir aquello que en la jondura todos llevamos. Esa vieja costumbre a la que llaman libertad. Porque ¿qué son si no el flamenco y la poesía?
El primer disco de flamenco que oí fue Persecución, de ese otro buscador que es El Lebrijano. Comienza con un canto anónimo. Un canto anónimo de carretas en el camino acompañado por la voz de Félix Grande. En ese momento algo nació, o se encendió, en mí. Algo que se lleva dentro, que ha traspasado los siglos a pesar de los latigazos y las galeras, la raza o la procedencia. Desde entonces no he parado de oír flamenco aunque aún siga siendo una especie de joven explorador que llega ante un acantilado y se queda ahí quieto impenetrable, plantado ante un abismo.
Félix Grande además de ser uno de los mayores flamencólogos que hayan existido (imprescindible leer su Memoria del Flamenco) —uno de los motivos por los que fue galardonado en 2004 con el Premio Nacional de las Letras—, ha sido uno de los grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX en español. A parte de las categorías críticas que lo engloban entre la generación de los 50 y los Novísimos, lo que ha hecho grande a Félix con su poesía es ese amor por la libertad, una necesidad innata de un hombre capaz de escribir Blanco Spirituals (1967) o Las rubáiyátas de Horacio Martín (1978) —sus dos libros de poemas más conocidos— tan distintos y a la vez tan cercanos por lo que repito otra vez más, era en sí mismo Félix Grande, la libertad; como también se puede leer en su faceta de periodista, gran periodista en la línea de Larra o Clarín como dice Hugo Gutiérrez Vega prologándole en su libro Elogio de la Libertad (1984), donde se reúnen sus artículos periodísticos sobre la transición española, los problemas centroamericanos, los conflictos en Oriente Medio, los padecimientos de los pueblos del cono sur de América, las relaciones humanas en la sociedad de consumo o el desempleo, entre otros.
Félix (el) Grande deja una vida dedicada a la libertad a través de la poesía y el flamenco. Deja a una esposa también poeta, Francisca Aguirre, premio nacional de poesía en 2011, otra niña de la guerra, y una hija también poeta, Guadalupe Grande. Y deja sobre todo, a muchos amantes del flamenco, la poesía, y la libertad.
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