Iniciativas

Sonríeme

Te despiertas. Desayunas. Sales de casa. Y sonríes.

A la vecina que te cruzas en el portal, al conductor del camión de la limpieza, al encargado de cobrarte en la gasolinera… Llegas al trabajo y sonríes. Porque te sientes afortunado: tienes raíces, casa, calefacción, un trabajo que es tu pasión…

Y te percatas cómo tu alegría genera reacciones diversas. Hay quien te juzga a primera vista; hay quien se siente molesto porque en su interior está jodido; hay quien pregunta con curiosidad y hay quien simplemente te devuelve la sonrisa. Esas sonrisas cómplices sin motivo alguno son brutalmente geniales. Demuestran la belleza de la conexión entre personas. Es simple, llega sin avisar pero unos ojos miran a otros y surge. Mis últimos días se han llenado de momentos así de especiales. Con un camarero, con un escritor, con dos vecinas, con la chica que me vende el pan, con un periodista, con una actriz… Y sonrío, sólo al recordar.

Porque vivimos en una sociedad enferma que se aísla de todo sentimiento que no sea la opresión, el victimismo o la revancha. La distancia entre nosotros (si es que hoy en día cabe un ‘nosotros’) es tal que mantenemos tan obsesivamente el espacio vital con quien tenemos físicamente enfrente que ni siquiera para avisarle de que sucede algo importante somos capaces de provocar el contacto. Yo me niego.

Así que cuando deseen que conversemos, guiñen.

Mercedes Domenech
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