Maestra Carmen
“En el cante no hay maestros, hay discípulos”. Resulta curioso que el cantaor que lo dijese fuese Enrique Morente, maestro de muchos. Recientemente el Capullo de Jerez en una entrevista virtual suscribía las palabras del “eterno discípulo”.
Argumentan los flamencos que es imposible que haya maestros en un arte basado en la transmisión de sentimientos, algo imposible de medir objetivamente.
Razón no les falta si nos aferramos a la tercera acepción del diccionario de la RAE: “Persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”. Si leemos, en cambio, la primera, “Dicho de una persona o de una obra: De mérito relevante entre las de su clase” o la quinta “Persona que es práctica en una materia y la maneja con desenvoltura”, me asaltan las dudas.
Y es que Carmen Pacheco Rodríguez (Linares, 1951) es un ejemplo de maestría. Su larga trayectoria y su importantísima discografía le han hecho meritoria de la Medalla de las Bellas Artes y el Premio Nacional de la música. Su legado se ha convertido en un referente y su conocimiento y buen hacer le han convertido en una persona imprescindible para los jóvenes flamencos.
¿Quién iba a decirle a esta linarense, cuando Don Juan Valderrama le sugirió su nombre artístico, que iba a terminar siendo lo que es hoy? Una cantaora larga, profunda, grandísima aficionada, comprometida, inquieta, culta y flamenquísima. Un orgullo para el mundo flamenco, una maestra para todos.
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