por Rosario Izquierdo
Me siento frente al televisor con fuerzas renovadas. Faltan palomitas recién hechas para convertir en una película de acción la comparecencia de María Dolores en los juzgados. Coche negro, abucheos y aplausos a una mueca que pretende ser sonrisa. A la vez voy rastreando en las redes sociales, como esperando alguna catástrofe inminente o salvadora a través de internet. Esperar no es el verbo más necesario ahora. Incómoda sospecha. No tardará algún medio en señalar el estilismo; vestido veraniego, blanco y negro. Yo veo la mantilla. Entre el olor a incienso resuenan de fondo las preguntas casi inocentes de mi madre y otras madres: ¿no era esto lo que queríais, ver mujeres en política?
Sí, mamá. Esperábamos y apoyábamos y saludábamos la presencia de mujeres en la política. Pero no esto. Mira a las mujeres que están en el Gobierno, tocando poder ahora: Cospedal, Báñez, Mato, Sáenz de Santamaría. No era esto, mamá.
No hay un solo acto ni una sola frase de esas mujeres que sean capaces de reconciliarnos con la cuota femenina de poder que representan. Consiguen que deje de tener sentido, ahora, aquí, pedir un gobierno paritario. Han traído otras urgencias ellas, las aliadas con las formas y fondos más espesos del patriarcado, ellas que refuerzan a los poderes que mejor lo representan, resucitando olores que queríamos dar por muertos. Cada día nos recuerdan mediante necedades, mentiras y mantillas, que lo paritario no es la prioridad. Para qué pedir más de lo mismo, mamá. Se trataba y se trata de crear nuevas formas y nuevos fondos. La presencia de mujeres en política debe traer aires nuevos, inteligencia y dignidad, renovar la participación ciudadana; debe saber construir, a medias con los hombres dignos e inteligentes. Justo lo contrario de servir de comparsa a la destrucción, los recortes y el robo.
¿Y qué era eso del género, que siempre me hago un lío, por más que me lo cuentas?, oigo decir a mi madre mientras se enfrían las palomitas imaginarias ante el decepcionante espectáculo. El género es uno de los asuntos que ayudan a explicar por qué sucede lo que estamos viendo, de qué lejanos polvos vienen estos lodos que todo lo embarran, el sustrato patriarcal de la sociedad desigual.
Y sigo repitiendo más palabras: construcción, desigualdad, deconstrucción, acción…
Pues el vestido es mono, y no sé qué esperabas de esta gente, termina ella diciendo desde su dignidad de pensionista, percibiendo conmigo el fuerte olor a viejo y a alcanfor que despide la pantalla.
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