Frutos

Carlos Cano y la estrella perdida

Carlos Cano y la estrella perdida

Un homenaje a Carlos Cano, un hombre andaluz libre, en el  aniversario de su muerte

Esta madrugada en el cielo negro de Granada los pájaros han echado de nuevo a volar. Cada 19 de diciembre alzan el vuelo y giran sus alas empujando a una estrella que gravita sin rumbo sobre el cielo andaluz de la vieja  Al-Andalus.  Una estrella encofrada y luminosa, idealista y fugitiva que siente la fuerza interior del universo primero, la alegría de ser hija de una tierra fecunda y universal y al mismo tiempo la gran tristeza de sentirse huérfana.

Huérfana porque Él se fue hace doce años envuelto en una bandera de color verde y blanca. Ese día caían feroces las aceitunas en los campos de Jaén y los jornaleros hacían su diciembre. En lo alto de la Alhambra la nieve radiaba su misteriosa luminosidad. Y en Cádiz los currelantes despertaban con las claras del día para comenzar la jornada. Sin embargo,  en el cielo una estrella se apagaba como una vela  cuando se paró su corazón.

Si estuvieran abiertas todas las puertas...

Si estuvieran abiertas todas las puertas…

Hijos de la luz, juntos, habían perseguido constantemente otra realidad. Él;  trovador, poeta, andaluz de conciencia y de nacimiento y alquimista en su pueblo. Ella; danzarina luminosa, feroz estrella que desde lo alto lo acompañaba. Juntos vencieron los oscuros pasadizos de la desesperación y el desasosiego, y armados de la invencible coraza de la utopía abrieron fronteras y habitaron escenarios preñados de futuro y de luz, tan faltos de esperanza como su pueblo, Andalucía.

Un día, entre girasoles amarillos, los vieron llegar de Ronda. Él, que amaba a su tierra, llevaba tatuado en su corazón la verdiblanca y ella alumbraba el camino hasta Granada. Las golondrinas cantaban alegres a su paso al verla ondearse en el aire quitando penas y matando hambres. La morrallita, los bonitos jornaleros y los lindos aceituneros no tardaron en aprenderse el himno de la esperanza. Él quiso que despertaran, se remangó con los de la manita blanca. Mientras ella, desde arriba, deletreaba y fungía en el cielo, como si de una anunciación se tratara: “Por un poder andaluz”.

Y qué decir de sus huellas en la tacita de plata. Sobre todo cuando el amanecer llegaba preso en tangos y habaneras que de imposibles se tornaban en bellos. Cuando en La Caleta los negritos suspiraban desconsolados mirando al mar, Él con su voz achicaba el océano hasta que las olas traían La Habana a la orilla gaditana.

No faltó ni un instante en que ella, la estrella, no moviera desde arriba los hilos del amor.

Más intenso fue el recuerdo que Él nos trajo del tiempo del esplendor, haciendo un ejercicio de memoria honesta. Tanto que con sus canciones el mismo Al-Mutamid parecía revivir en Sevilla y Boabdil sonreír en Granada. Sus cadenas se adentraban en la historia mal contada de nuestro pueblo rompiendo prejuicios y arrebatando mentiras. Ella, la estrella, asentía, sabiendo que la memoria es una forma de hacer justicia; de devolver a los expulsados su dignidad. Entonces sus ocho puntas se perfilaban radiantes en el firmamento.

Fueron demasiados los caminos que Él abrió, acompañado por la estrella, en un pueblo lleno de heridas y maltratado que creía muy poco en sí mismo. Pero un 19 de diciembre su corazón se detuvo. Un punto nunca final, sino seguido. Seguido por los pájaros que esta madrugada vuelan empujando a la estrella hasta las raíces de Él, Granada. Allí la espera para, desde el infinito, enseñarle el camino. Ya nadie podrá detener su paso porque la esperanza, como el rayo del poeta, no cesa.

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«La situación política de Andalucía me decepciono tanto y sobre todo ver como tanta gente que había despertado ilusiones de cambio se comportaban culturalmente lo mismo que aquellos contra quienes habíamos luchado, y con la santificación, o llámele usted indolencia, de la mayoría del pueblo Andaluz. Hoy le tengo que agradecer a aquella decepción la infinidad del mundo que descubrí y que ha sido para mí fundamental a la hora de ampliar mí universo».

Carlos Cano, 1998

Cuando sientas que todo se fue, que la estrella su rumbo perdió,
que el espejo no sabe de ti, que el amigo tu nombre olvidó,
y
 te digan que ya no hay razón ni belleza por la que morir,
que ese tiempo pasó, que eres ya un extraño en tu propio país…

Las cenizas de un mundo vencido cubren los caminos que no han de volver
y aquel sueño tiempo será un día: la estrella perdida, la imposible luz…
Y otro fuego por dentro arderá… ¡Hala, que la luz de la mañana azules pone las ramas!
¡pajaritos a volar! ¡Hala! ¡Abrid que la vida llama, que le están saliendo alas que no las derrite el sol!

Tú que buscas otra realidad. Tú que sientes la fuerza interior,
imagina, sueña ese lugar donde sea posible el amor.
La utopía abrirá las fronteras que al mundo separan de la inmensidad,
donde el fresa vencerá tinieblas florecerá el canto de un pájaro azul
y la vida más vida será…

Si este mundo ha de cambiar yo no me pongo a llorar que vienen tiempos mejores,
porque quien mira p’atrás como una estatua de sal acaba por los rincones…

Ana Silva
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