Aproximaciones

Leonard Cohen y el flamenco

Leonard Cohen y el flamenco

«Viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
Toma este vals del !Te quiero siempre!»

Tal vez pocos sepan que cuando Leonard Cohen era un completo desconocido, con apenas quince años, un joven gitano afincado en Montreal -el «Hispano de Montreal«- le impartió con su guitarra flamenca las únicas clases de guitarra que recibió en toda su vida.

Éste le enseñó una escala de acordes, arpegios y trémolo que según el propio artista «han sido la base de todas mis canciones«. Poco más se sabe de esa persona. En cambio, es mundialmente conocida la importancia e influencia de Leonard Cohen en el panorama musical actual.

Esa influencia no ha pasado desapercibida para algunos artistas flamencos que impregnándole  su personalidad a algunas de sus canciones han querido rendir tributo a este artista universal.

Aquí os dejamos a Duquende y Enrique Morente (en paz descanses, maestro) cantando Mi Gitana (My Gypsy’s Wife) y Pequeño Vals Vienés (poema de Federico García Lorca) respectivamente.

Esperamos que lo disfrutéis como merece la ocasión.


En Viena hay diez muchachas, 
un hombro donde solloza la muerte 
y un bosque de palomas disecadas. 
Hay un fragmento de la mañana 
en el museo de la escarcha. 
Hay un salón con mil ventanas. 
        ¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals, 
de sí, de muerte y de coñac 
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero, 
con la butaca y el libro muerto, 
por el melancólico pasillo, 
en el oscuro desván del lirio, 
en nuestra cama de la luna 
y en la danza que sueña la tortuga. 
        ¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos 
donde juegan tu boca y los ecos. 
Hay una muerte para piano 
que pinta de azul a los muchachos. 
Hay mendigos por los tejados. 
Hay frescas guirnaldas de llanto. 
        ¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío, 
en el desván donde juegan los niños, 
soñando viejas luces de Hungría 
por los rumores de la tarde tibia, 
viendo ovejas y lirios de nieve 
por el silencio oscuro de tu frente. 
        ¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals del «Te quiero siempre».

En Viena bailaré contigo 
con un disfraz que tenga 
cabeza de río. 
¡Mira qué orilla tengo de jacintos! 
Dejaré mi boca entre tus piernas, 
mi alma en fotografías y azucenas, 
y en las ondas oscuras de tu andar 
quiero, amor mío, amor mío, dejar, 
violín y sepulcro, las cintas del vals.

Miguel Ángel Alonso
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