Opinión y Pensamiento

El silencio como ejercicio de resistencia

¿Preparándonos para romper el silencio?

«El silencio posee su propia osamenta,
sus propios laberintos  y sus propias contradicciones.

El silencio del asesino no es el de la víctima ni el del espectador»
Elie Wiesel

Nuestros gobernantes (y los que aspiran a gobernar) no callan nunca. Repiten una y otra vez discursos que, indistintamente, alternan el miedo y la promesa (ilusión). Alimentan y dirigen proyecciones estadísticas (y constantes sondeos) con las que más tarde establecen «estados de opinión«. Estos estados de opinión les permiten desarrollar discursos y adoptar políticas que presumen legitimadas por el clima creado a través de proyecciones estadísticas y sondeos, alimentados y dirigidos por discursos que, indistintamente, alternan el miedo y la promesa y así… cada ciclo electoral (realmente el único ciclo de la vida que les interesa). Hay una notabilísima coincidencia con los discursos de los antiguos poderes religiosos y los modernos analistas y gestores financieros.

Palabrería y más palabrería. Profusión de ruido constante que no dice nada a pesar de los espectaculares soportes sobre los que circula. Discursos de muy escaso valor informativo (lo que dicen casi todo el mundo lo sabe o se lo imagina) y carentes de verdad (se construyen sobre la mentira y la falsificación), están promocionados por modernas y eficaces técnicas de marketing publicitario (herederas de la antigua arquitectura del trampantojo). Sin embargo, ¡ay!, gozan del reconocimiento de la mayoría social. A las gentes criadas en la indolencia y la indiferencia (en las últimas décadas) les resulta cómoda esta palabrería. No compromete a nada. La repetición tiene el efecto de neutralizar toda capacidad de análisis.

Lamentablemente la mayoría de los discursos alternativos (no todos) adolecen de la misma arquitectura semántica y la misma modernidad de ruido.

¿Puede el silencio convertirse en un ejercicio de resistencia? Kierkegaard sugirió que frente a la profusa comunicación de la modernidad, tan indiferente al mensaje, había que oponer una catarsis del silencio. No se trata del silencio de la muerte. No significa aceptar la omertá mafiosa, la ley del silencio. No hablo del silencio que se alimenta del miedo. Ni del silencio y secreto sobre los que se fundamentó la Shoah/Holocausto (un silencio que pretendió instalarse en la memoria). Ni siquiera del silencio de Bartleby (el escribiente de Melville) con su rebelde «preferiría no hacerlo» que lo confina a la más absoluta exclusión: dejarse morir en un manicomio con el sólo nombre de el «silencioso». No es ese silencio…

Hablo del silencio de la conciencia; de un silencio que existe para romperse. De un silencio activo que se construye para romperse en un momento dado. Hablo del silencio radical de Job. Del silencio queJob mantiene despues de la cadena de infortunios, tormentos y humillaciones a los que injustamente es sometido, hasta romperlo con la rotunda rebeldía de exigir una explicación justa ante la miserable injusticia de la que es víctima. Es el silencio que se rompe y suena.

Epílogo: una oportunidad (ética y estética) han perdido algunos de nuestros representantes políticos que la semana pasada vociferaban y aplaudían, puestos en pié, la aprobación de las injustas medidas (de ajuste las llaman) que sufrirá la mayoría de la población. Ellos no conocen el valor de este silencio porque nunca han sabido de su existencia… ahora deberíamos mostrarles cómo se rompe ese silencio que desconocen.

Sebastián de la Obra
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