Literatura

Antígona: todos dirían la verdad si el miedo no les tuviera cerrada la boca

«Antígona frente al muerto Polinices», de Nikiphoros Lytras

Polinices (hermano de Antígona) se rebela contra el poder establecido en la ciudad de Tebas. Muere en la rebelión y su cuerpo es pasto de las alimañas. Su tío Creonte, nuevo jefe de la ciudad, tiene la obligación de hacer cumplir el edicto (norma) que decreta el abandono del cadáver de quien se ha rebelado contra la ley; sin embargo, la tradición dice que el alma del muerto estará condenada a vagar por el delito cometido si no es debidamente enterrada…

Antígona desobedece esa norma. También se rebela. Decide enterrar el cuerpo de su hermano. Lo entierra con una fina capa de tierra. Ella cumple con la obligación moral que establece que ningún cuerpo debe quedar sin sepultar. Hace lo que tiene que hacer.

La decisión de Antígona provoca que sea detenida y juzgada. Es condenada a morir por incumplir la ley. Ella ya lo sabía.

Creonte no hubiese querido matar a Antígona (la admiraba por su valor y honestidad) pero tiene que hacer cumplir la ley. Antígona no hubiese querido transgredir la ley, pero tiene que cumplir con su conciencia. Ninguno de los dos podían dejar de hacer lo que habían hecho. Esa es la tragedia.

Sófocles nos narra este diálogo durante el juicio:

Creonte: ¿Confirmas o desmientes haber enterrado a tu hermano?

Antígona: Lo confirmo, sí; yo lo hice, y no lo niego.

Creonte: ¿Sabías que estaba prohibido hacer esto?

Antígona: Si, lo sabía: ¿cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe.

Creonte: Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley?

Antígona: No es Zeus quien lo ha decretado (…). Ya veía, ya, mi muerte, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia. Puede que a ti te parezca que actué como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

Creonte: No cuadra la arrogancia de transgredir las leyes establecidas y, después de hacerlo, otra nueva arrogancia: ufanarse y mostrar alegría por haberlo hecho.

Antígona: Ya me tienes: ¿buscas aún algo más que mi muerte?

Creonte: Por mi parte, nada más; con tener esto, lo tengo ya todo.

Antígona: ¿Qué esperas, pues? A mí tus palabras ni me placen ni podrían nunca llegar a complacerme; y las mías también a ti te son desagradables. De todos modos, ¿cómo podía alcanzar más gloriosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos te dirían que mi acción les agrada si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre muchas otras ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana.

Creonte: Este punto de vista es solo tuyo.

Antígona: Que no, que es la opinión de todos: pero ante ti cierran la boca y se callan. Nada hay vergonzoso en mi acción de honrar a mi hermano. No nací para compartir odio sino amor (…)

Creonte: Pues vete abajo y, si te quedan ganas de amar, ama a los muertos que, a mi, mientras viva, no ha de mandarme una mujer.

Sebastián de la Obra
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