15M

El Corte Inglés

Por Antonio Agredano

Nuestra poesía no cambiará el mundo. Ni removerá lo más mínimo en el intestino de la gente. Ni borrará fronteras, ni estancará el odio, ni aliviará el daño, ni insuflará dinero a los bancos como aire a un niño medio ahogado. Nuestra poesía no es el volcán que creemos. Es inútil, fofa, pálida, intrascendente, retorcidamente hueca. Me aburre nuestra poesía porque nuestra poesía es la excusa de la inoperancia, es el cojín sobre el que sesteamos. Nuestra poesía no nos hace parte del meollo, la utilizamos de escala para huir de él. No tratéis de convencerme con vuestros versos encendidos, con el compromiso infantil, con las lecturas públicas. La poesía no mata, ni pega tiros, ni rompe puertas, ni protege de los golpes de la policía, ni conoce el sistema para volarlo por dentro. Basta ya de nuestra poesía de barrigas flácidas. Basta ya de creer que con cada mierda que escupe el Word estamos más cerca de ver la luz al final del túnel. Si no militamos, no somos militantes. Si no morimos no podemos ser mártires. Nuestro desnudo timesnewrománico es tan importante como el ladrido de mi perro cuando el cartero pulsa el timbre.

Nuestra poesía nunca encabezará el cambio y si creéis que es así estáis equivocados desde vuestras bibliotecas empolvadas de cualquier cosa menos polvo. La literatura es la silicona que tapa los tiempos muertos. Poco más hay para devolver las riendas del mundo al mundo y huir de la hiedra miserable que cubre las ciudades. Nuestra poesía es tan importante como un pez flotando bocarriba orillado en La Malagueta. Es tan importante como los restos calcinados de la paella. Es tan importante como el collar de macarrones que tu hijo te hizo con desgana. Tu hijo que pagará todo esto mientras tú escribías poesía. Poesía de cosas tiernas. Poesía de colores apagados para acompañar el chinchineo de los gintonics caros. Con pepino. Con pepino como el que usan los bancos para sodomizarte mientras tú escribes poesía. Una hermosa poesía otoñal que habla del cambio. Del cambio de guardia a las puertas de la Zarzuela. Del cambio que te redondean hacia arriba en los supermercados. De ese cambio sabes mucho. De cambiar pañales al bebé que pagará todo esto mientras tú leías a Luis Muñoz. El mundo se nos iba mientras tú ibas buscando fixo para anclarlo al suelo.

Y tus poemas. Leídos bien alto. Como si los versos no estuvieran también hipotecados. Como si la enorme tele que te ilumina las noches en casa no estuviera también hipotecada. Nuestra poesía es y siempre fue un cebo para las chicas frágiles. Para los chicos intensos. Para llevarte a la cama a cualquier cosa emocionable con las estrofas quejumbrosas. Eternamente adolescentes. Concupiscentes. Fluorescentes porque ahora se llevan las ciudades y sus enormes habitaciones desvencijadas. En la cama no hay mañana. En sus tetas no hay mañana. Incrustado en la estaca de sus muslos no duelen las corruptelas. Ni duelen los intereses de los bancos, ni las comisiones que nos clavan por timidez. Pero está bien. Es poesía. Dejemos que la poesía fluya pero no me digas que tu poesía puede cambiar todo esto porque esto no lo cambian ni los tiros. Y los tiros duelen más que nuestros poemas. Pero nuestros poemas son domésticos. Y en casa hace calor. Y el calor es bueno para el poema. Porque en el poema hay una parte de ti. De ese tú que cree que con un verso podemos cambiar el mundo. Y eso es mentira. Y tú lo sabes. Una mentira enorme repetida mil veces porque nosotros somos cobardes pero insistentes, mezquinos pero obstinados. Simples pero tozudos.

Nuestra poesía es tan importante como los días que pasan. Hay dos cosas en la vida: el dinero y el resto. La poesía está en el resto. Tú estás en el resto. Los días que pasan mientras tú escribes poesía. Mientras me convences de que tu compromiso está ejercido con poesía. Poemas públicos. Financiados. Gozosos en su paraíso de papeles abandonados. Llueve sobre Málaga y escribes poesía. A buenas horas vienes con tu plaquette a salvar el mundo.

La poesía de las horas tristes. El coche que compartimos. Leernos a Celan casi a oscuras. No hay final. No voy a decir de repente que la poesía importa. No importa. Si la poesía es un arma cargada de futuro, hablamos de un tirachinas cargado de guisantes. No queremos tu corazón, preferimos tus manos. No queremos tus poemas, preferimos tu dinero. Cada vez que mandas un mensaje por el Whatsapp, Orange se ríe de tu poesía, se carcajea enseñando los dientes amarillos. Aprende a desaprender. Tu dinero ayudará a este proceso arduo. Escribe sobre la desescritura. Si la poesía no tuviera nombres y apellidos nadie hoy hubiera leído un libro. Yo creía en la poesía pero la poesía se me vino en la boca. A las claras. Estamos aquí como cheersleaders de la nada. Animamos con pompones vistosos la inactividad más absoluta. Los dátiles con jamón que te comiste cuando convidaban a comer en los recitales de poesía: a eso saben tus poemas. A dátiles con jamón servidos por jóvenes uniformadas que cobraban 30 euros por cinco horas de trabajo. Yo también me enamoré de una de esas camareras con delantal y cofia blanca. Uniformada para tu poesía. Ya no llueve en Málaga. Ahora sol. Buen momento para escribir una poesía.

No. Ahora en serio. Recuerda esta idea: nuestra poesía no vale nada. Somos siempre los mismos. Los que escribimos somos los que leemos y los que nos leemos después somos los que escribimos. Y te buscamos para que nos leas. No pasamos ni una. No hay más. Es una pesadilla mordiéndose la cola. En un mal sueño siempre hay poetas batallando con metáforas. A veces son tan sutiles que pueden estar hablando del amor, de la muerte, de El Corte Inglés y del 15M al mismo tiempo. Calentamos en el microondas el cocido de mamá. El zumbido nos alerta escribiendo poesía. Para leer un libro sólo hacen falta ojos. A buenas horas vienes con tu libro a salvar el mundo.

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