Pensar y pensar

Edúcame para pensar. Foto de TonoCano / SecretOlivo
Por Lolo Rico.
Cuando yo era una niña, uno de mis cuentos favoritos, que viene ahora con frecuencia a mi memoria, era el de Los Siete Cabritillos. Como puede haber quien lo desconozca, o no lo recuerde, voy a narrarlo con brevedad:
Había una vez una cabra que vivía con sus siete hijos; sus siete cabritillos. Un día se vio obligada a dejarlos solos para ir al mercado pero antes de salir de casa les advirtió que no abrieran la puerta a nadie porque, de hacerlo, podrían correr graves peligros. Cuando partió, ellos estaban decididos a obedecer pero pasado un buen rato llamaron a la casa con fuertes golpes y una voz ronca les gritó desde el exterior “soy vuestra madre, abridme, que vengo muy cargada y he olvidado la llave”. De los siete cabritillos, seis se abalanzaron hacia la puerta con intención de abrirla pero el más pequeño se lo impidió porque pensó y pensó que su madre tenía una voz mucho más fina y que posiblemente la voz que habían oído no era otra que la del lobo. “No te abriremos”, gritaron y, al oírles, el lobo se dirigió a un gallinero que había próximo y obligó a las gallinas a entregarles sus huevos, que él fue bebiéndose hasta que las claras le afinaron la voz.
Volvió de nuevo a llamar a la puerta de los cabritillos y repitió, esta vez con una voz más apropiada, que le dejaran entrar, que era su madre. De nuevo los inocentes cabritillos se lo creyeron pero el pequeño pensó y pensó y después le pidió al lobo que asomara la patita por la cerradura. Cuando lo hizo, los cabritillos pudieron comprobar que la pata era negra y no blanca como la de su madre. El lobo, furioso, volvió a marcharse, esta vez al molino donde presionó al molinero amenazándole con toda clase de males para que le entregara la harina suficiente para embadurnarse las patas y que parecieran blancas.
Cuando por tercera vez volvió a la casa y metió su patita falsamente blanca por la cerradura, el pequeño cabritillo ya no pudo hacer nada. Sólo tuvo tiempo de pensar y pensar dónde se escondía mientras el lobo perseguía a sus hermanos. Finalmente, decidió guarecerse en la caja del reloj.
Para qué contar cómo acababa el cuento… Yo deseo creer que el pequeño cabritillo pensó y pensó cómo salvar a sus hermanos y pensó tanto que encontró la mejor fórmula para arreglar las cosas: entre todos echar al lobo de la casa. Y el lobo huyó asustado.
Moraleja: al mal lo vence el bien cuando se decide a hacerlo. Siete hacen más que uno; todos hacen más que nadie. Cuando alguien tiene miedo a alguien debe pensar que el otro todavía tiene más miedo que él.
El arma más poderosa es el pensamiento. Le ponen trabas porque lo temen, por eso necesitan limitar la educación, el conocimiento, la sabiduría, la razón, la reflexión; en suma, el espíritu crítico, la capacidad de juicio, la posibilidad de proyectar un futuro de igualdad. En definitiva, el lobo no quiere ni mujeres ni hombres libres. No seáis ingenuos cabritillos, no convirtáis en corderos a los lobos que os quieren devorar porque, como decía Hobbes, el hombre puede ser un lobo para el hombre.
Luchad por la educación pública y libre. Y pensad. Pensad sin miedo.
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