
Matanza de San Bartolomé
Cuando los pueblos sienten la opresión no sólo inventan un futuro utópico, sino sobre todo un pasado arcádico. Es legítimo, porque la tiranía es siempre presente, el futuro es de los oprimidos, y el pasado es el terreno del combate.
El himno de Andalucía resume nuestro pasado con una expresión que debería ser su título: «tras siglos de guerra». Y dice que la bandera verde y blanca vuelve para traer en primer lugar paz, después la esperanza que es el futuro, la tierra que es el presente y la libertad que es el sueño.
De entre las pocas marcas antropológicas que quedan en la era de la globalización, es muy llamativa la veneración de la muerte y el olvido de la resurrección que caracteriza la cultura de los andaluces. Desde hace milenios, somos un pueblo funerario, un pueblo que venera a la muerte cada ‘madrugá’ del Jueves al Viernes y al que nada le dicen las resurrecciones de Pascua. Somos el país del sol poniente, el reino donde vienen a reposar todos los dioses y todos los reyes del norte y del oriente. Al oeste venían los elfos y al oeste los faraones de Egipto. El nombre de Eritia que en algún tiempo designó a unas tierras que los antiguos dibujaban cercanas al Hades y al Jardín de las Hespérides, significa rojo, por una vez el color del atardecer no sólo de la sangre.
Curioso el contraste, porque familiarizados con la muerte y los ocasos, nada queremos saber de las guerras. Nunca fuimos un pueblo de guerreros. Es por eso por lo que las escasas literaturas de nuestros vecinos del norte y del sur están llenas de acusaciones de cobardía y de risas sobre la impericia militar de los andaluces. En Granada entraron por este orden, almorávides y almohades, castellanos y franceses sin que se agudizara la resistencia ni se retrasasen nunca las capitulaciones. Cádiz y Sevilla registran un único asedio en su historia, la primera el de los franceses, la segunda el de los almorávides. Destrozada por años de guerra civil, Córdoba provocó a los bereberes de Zawi para que la conquistaran de manera rápida.
Omito a propósito la desbandá de Málaga porque no está claro que en este caso el enemigo fuera extranjero. Es decir, no está claro que las guerras civiles sean guerras. No está claro que el ejército que gana estos conflictos merezca honores. Puede que hubiera en el pasado alguna guerra justa, acaso la de Troya. Nosotros no participamos en ella.
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