Raíces

Alhambra, la proximidad del Edén

La Torre de la Vela desde el Albayzín (reflejo). Foto de TonoCano/SecretOlivo

Alhambra, la proximidad del Edén

«Sabrás mi ser, si mi hermosura miras«. Acaso todo lo que haya que saber sobre la Alhambra esté dicho con este verso de Ibn Zamrak inscrito en sus paredes y acaso lo más importante por saber es que la Alhambra habla. El verso es pronunciado por la Alhambra y eso es lo principal. Lo secundario es lo que el verso significa: que no busquemos el ser de la Alhambra en su interior profundo o en sus materiales o en el mérito de su construcción. Dice que miremos a su hermosura porque en su belleza está su esencia. La Alhambra es forma pura, belleza, geometría.

«No pase quien no sepa geometría» esto se decía en el dintel de la Academia de Platón. No hace falta saber geometría para entrar en la Alhambra y sentir el bienestar de la proporción áurea. Pero además hace siglos que la Alhambra conmueve a cualquiera que sepa leerla de manera geométrica. La Alhambra cumple con rigor cada uno de los preceptos áureos: el segmento total es a la parte mayor, como la parte mayor a la menor. La divina proporción: el hombre de Vitrubio: si nuestra altura es 1, la distancia desde nuestro ombligo a nuestros pies será 0,61803399. El salón de Comares es ciento cincuenta veces menor que la pirámide de Keops. Si en lugar del sistema métrico decimal usamos los misteriosos codos sacerdotales de los egipcios, la proporción será aún más justa. Eso sí, nunca exacta, siempre hay un error milimétrico cometido a propósito por los aljarifes para reservar a Dios la perfección. Cuando la Alhambra fue construida, en el siglo gótico, la sección áurea estaba ya presente en el arte sacro de Egipto, en el Partenón, en el arco de Septimio Severo o en la muralla china y después muchos otros espacios del mundo la han respetado. Son los sitios más bellos del planeta pero, más que cualquiera de ellos, la Alhambra regala un bienestar a sus visitantes inconmensurable y declarado por casi todos. Pocas arquitecturas pueden presumir de regalar felicidad como hace la Alhambra.

La Alhambra desde Google Earth

Además está la sensación que todo visitante experimenta en la Alhambra de que es más grande que su tamaño real. Si nos acercamos a la Alhambra desde arriba, con el programa Google-Earth, comprobaremos la desproporción entre los dos palacios nazaríes y el de Carlos V. Sin embargo, dentro nos parecerá que la Alhambra es más extensa aunque menos aparatosa que su vecino impuesto. Algo hay en la Alhambra: acaso algún conocimiento perdido, tal vez el quinto elemento de la epínomis de Platón, el misterioso éter, o la luz. El caso es que el juego de las perspectivas, los ejes de simetría radiales y la ubicación del lugar producen tal vez el mejor ejemplo de arquitectura para la vida. Cualquier niño que visite la Alhambra no dudará en responder que sí, que le gustaría vivir allí. Es eso, un sitio para vivir. Tal vez su más grave problema de mantenimiento provenga de que, a diferencia de las catedrales góticas coetáneas, la Alhambra no está hecha para ser visitada, sino para ser vivida.

Y para ser vista. Para ser vista desde abajo: como ciudad elevada, como acrópolis. En este sentido, la Alhambra no es un monumento, sino una red urbana elevada. Esta es la principal tesis de Oleg Grabar autor de uno de los libros que mejor se leen todavía sobre la Alhambra. Más que con la arquitectura islámica o árabe, la Alhambra enlaza con una tradición de geometrías sagradas y de teologías políticas que pasan por los recuerdos imaginarios del palacio de la reina de Saba, la Acrópolis de Atenas y, sobre todo, el templo de Jerusalén. Si miramos, por ejemplo, la torre de Comares desde el estanque, (esta ha sido la vista elegida como anagrama por la fundación que organiza la votación mundial para elegir a las nuevas 7 maravillas del mundo) y miramos después la única reconstrucción imaginaria del templo de Salomón hecha por el arqueólogo Gressman, pensaremos que estamos viendo el mismo edificio.

Y en el otro palacio de la Alhambra, tenemos la fuente con sus doce leones y doce son las tribus de Israel, las horas del reloj y las casas del zodiaco. Según el libro de los Reyes, doce eran también los bueyes que sostenían el mar de bronce en el templo de Jerusalén. La fuente que hoy está en el suelo de la sala de las Dos Hermanas encaja al milímetro sobre los leones y es probable que formase la clepsidra, el reloj de agua. El palacio de los Leones adquiere así también una connotación hebrea y milenaria. Sabemos que debajo o cerca estuvo el palacio de José Nagrela, visir de Badis en la primera mitad del siglo XI. Este palacio fue descrito por el gran Gabirol en un soberbio poema plagado de alusiones crípticas a la Biblia. Por si fuera poco, el otro gran tratadista de la Alhambra, Antonio Enrique, muestra con claridad como el Palacio de los Leones recrea el Iram de las Columnas, una civilización perdida que estableció la geometría sagrada con laberintos de columnas que enlazan el cielo y la tierra, una civilización atlante que reaparece siglos después en el ómphalos del gran templo de Córdoba. La mezquita y la Alhambra -explica Antonio Enrique- tienen por vértice a Híspalis, la ciudad tartésica construida corriente arriba del río Tetis y en torno al monolito que señalaba el centro del mundo, el betilo que después se llamó Giralda.

La Alhambra. Foto de TonoCano/SecretOlivo

Así que van cayendo los tópicos: la Alhambra no es un monumento, sino una ciudad. La Alhambra no se puede visitar, sólo se puede ver o vivir. La Alhambra no es sólo islámica, ni procede de Arabia, ni menos aún de la arquitectura del Magreb. En todo caso es al revés, las formas de la Alhambra han cruzado el Estrecho y han inundado el mundo árabe-beréber. La Alhambra no es piedra, sino tierra, emanación de la Tierra.

Ha quedado el refrán que dice «eres más andaluz que la Alhambra«, pero su arquitectura tampoco es réplica directa de la califal. La Alhambra es la manifestación arquitectónica única e irrepetible de la casa de Nasr. Su fundador Alhamar, también el Rojo, fue aclamado como vencedor por el pueblo cuando volvía de ayudar a los cristianos en la conquista de Sevilla: -No me aclaméis -dijo él- porque sólo Dios es vencedor: La Galib illy Allah. Este es el lema que inunda las paredes de la Alhambra. Un lema derrotista: ni Dios gana. Una dinastía que nació para morir y que es hasta la fecha la que más ha durado de las hispanas. Doscientos cincuenta y dos años, todavía algunos más que la de los Borbones.

La Alhambra contiene pues elementos islámicos, persas, egipcios, hebreos, grecorromanos y góticos. Sobre todo góticos. Cuando visité la catedral de Burgos por primera vez pensé que era una Alhambra con imágenes. Recordé lo que sostiene el Tratado de la Alhambra Hermética: que la Alhambra pertenece a un gótico invertido. Todo partiría de dos cuadrados entrelazados -la estrella de ocho puntas, la estrella de Tartessos, la estrella de Salomón, la suhá, la estrella de la buena suerte, el más antiguo símbolo de lo andaluz- que están donde deben: en lo más alto, en la cúpula del salón de Comares. Desde el centro de esa estrella una línea recta imaginaria caía hasta la cabeza del sultán. La altura de esta línea es igual al radio del perímetro de los cuatro lados del salón. El séptimo cielo, la cuadratura del círculo, el ojo de Alá, la célula que se va a reproducir de manera clónica y hacia la tierra.

Es por eso por lo que desde aquí, desde lo más alto del salón del trono hay que volver a verlo todo. El visitante debe imaginarse a sí mismo colgado, con la espalda apoyada en esta estrella, como un águila, como un halcón peregrino. Como las ochenta catedrales góticas que se construyeron al mismo tiempo, a finales del siglo XIII, la Alhambra se posa sobre la tierra, no la oprime, no la derrota. Es por eso por lo que la Alhambra nos parece una nave, tal vez una nave rota que surca a la deriva. No está en la tierra, surca la tierra, flota. Trata a la tierra como si fuese agua. Pero, a diferencia de las catedrales coetáneas donde se experimenta la asunción del cuerpo por el vértice, en la Alhambra el visitante experimenta la ascensión por medios propios, el estiramiento del tiempo. Situados en el centro de la catedral miraremos hacia arriba, situados en lo alto del salón del trono miraremos hacia abajo. En la catedral gótica experimentaremos la lejanía del paraíso. En la Alhambra experimentaremos la extrema proximidad del Edén.

José Luis Serrano
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