Espacios naturales

Agua tóxica en el Guadalquivir

De entre los muchos problemas derivados de la actuación del ser humano en el río Guadalquivir, sobre todo en su estuario, hay uno que debería preocupar de modo especial a la población: el agua está envenenada durante más de la mitad del año. El proceso de contaminación se asemeja a esas estructuras con fichas de dominó, en los que una primera ficha cae arrastrando al resto, de una en una, hasta el golpe de efecto final.

La eliminación de meandros del río para facilitar la navegación y la desecación de zonas del estuario para cultivar arroz han provocado que no se mezclen las aguas dulces y marinas de la manera y en la cantidad necesarias para el correcto funcionamiento del ecosistema fluvial. Las aguas del río contienen un exceso de lodo en suspensión que hace que no penetre la luz más allá de un par de centímetros sobre la superficie. Estas condiciones son ideales para que la toxina generada por una cianobacteria, la Microcystis aeruginosa, prolifere más tiempo y en más cantidad de lo conveniente.

“El problema es que la toxina se va concentrando a lo largo de la cadena alimentaria”, explica el catedrático de Genética de la Universidad Complutense Eduardo Costas, experto además en cianobacterias y miembro del equipo que ha realizado el informe Propuesta Metodológica para Diagnosticar y Pronosticar las Consecuencias de la Actuación Humana en el Estuario del Guadalquivir. El fitoplancton se come a la cianobacteria; los peces pequeños al fitoplancton; los peces grandes y las aves, a los peces pequeños… Como se trata de una hepatotoxina, se va acumulando en el hígado de los animales. Y, por ejemplo, el hígado de ciertos pescados es un plato típico en algunas localidades sevillanas, ribereñas del Guadalquivir.

El peligro para el ser humano es más por acumulación que directo. “A principios de este siglo, más de 200 personas fallecieron en Sao Paulo (Brasil) por consumir agua contaminada”, recuerda Costas. Pero este riesgo es prácticamente nulo en el Guadalquivir. Basta con no beber agua directamente del río. El verdadero problema es que comer durante años pescado o moluscos contaminados (las chirlas del estuario absorben la toxina, al actuar como filtros del agua que llega) puede acabar provocando cáncer de hígado o estómago.

“Hay toxina en el agua del Guadalquivir entre seis y ocho meses al año”, comenta Eduardo Costas, que añade que “al menos durante cuatro o cinco meses, se superan los límites establecidos por la OMS”. Esto supone un grave problema, y no solo para la salud de los vecinos de la zona.

La acuicultura también se ve afectada. Las piscifactorías que hay en el río se nutren de su agua, y aunque se elige el agua de más calidad de entre la que llega, esto no significa que esté completamente limpia: en momentos concretos del año, hay que conformarse con la menos mala. Por otra parte, el agua para consumo está depurada, con lo que no supone un riesgo para la salud, aunque sí económico: cuanto más contaminada esté, más caro resulta el proceso de dejarla apta para beber.

Asimismo, los científicos han comprobado que las recurrentes mortandades masivas de aves en Doñana se deben a que estas han bebido agua contaminada por la toxina. Costas vaticina que en el futuro se darán más casos de muertes en masa de aves, así como un probable aumento de cáncer hepático y de estómago en los humanos. Este es el golpe de efecto final de la caída de fichas de dominó.

La solución al problema estaría en dejar de “incrementar de forma artificial el agua dulce en el estuario”, explica el catedrático. Otra cuestión es si los que se benefician económicamente de esta situación estarán dispuestos a ceder parte de sus privilegios por el bien del ecosistema y de los propios vecinos.

Miguel Blanco
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