Iniciativas

La vida alternativa de Danny el Belga

Cansao de no encontrar respuestas decidí cambiar mis preguntas. El Niño de las Pinturas

Cansao de no encontrar respuestas decidí cambiar mis preguntas. El Niño de las Pinturas

Ni nos hemos dado cuenta de que estaba tocando la flauta cuando se nos acerca pidiendo unas monedas, con una sonrisa en la que se adivina la costumbre de ser ignorado y un acento mezcla de andaluz, francés e italiano. Entre los dos le damos un poco de suelto, que él agradece con gestos y palabras. Ella adivina el deje francés, y en este idioma le pregunta de dónde es. De Bélgica. Unos minutos más tarde nos dice que se llama Danny y que lleva doce años en España. De ellos, los últimos cinco los ha pasado en Almería “por el clima”.

Hablan un rato, ella sentada en una silla de la terraza del bar El Candil; él, acuclillado a su lado. Mezclan español y francés. Yo sigo lo que puedo. Que tiene 45 años, que trabajó durante unos años como soldador en una fábrica valenciana, que cobraba 3.000 euros, que llegó en un camión alimentado de una mezcla de gasoil y aceite con el que recorrió media España… De repente, ella le invita a sentarse con nosotros, y si quiere algo le invitamos. Él me mira como pidiendo permiso o disculpándose por aceptar. No hay ningún problema, evidentemente.

Entre sospechas de miradas incrédulas de otros clientes y de los camareros del bar, escuchamos su relato. Vive en una cueva con una inglesa de 51 años que no será la más guapa, aunque para él sí que lo es. Porque a él lo que le vale es la tan manida belleza interior; esa que todo el mundo admira para dejarla en segundo plano al siguiente instante. El brillo de sus ojos cuando habla de ella es prueba suficiente de que no habla por hablar, ni por buscar nuestra empatía. Le sale de dentro, de lo más profundo.

Prosigue su relato vital. Explica que no es víctima de la crisis, sino que dejó su trabajo apacible en una ataque de valentía que la gran mayoría de nosotros tomaría por locura. Harto de la competitividad de la sociedad actual; harto de que el dinero sea la única unidad de medida del valor de la gente. Y optó por seguir su ideal: vivir al margen de lo establecido.

Danny interrumpe su relato a cada poco para darnos las gracias, que se nota que somos buena gente. Y suelta su teoría: “De cada cien personas que me encuentro, solo merecen la pena tres o cuatro”. Yo le doy la razón. Son tres, de hecho, según mis cálculos. La coincidencia nos provoca una risa cómplice.

Vivir al margen de la sociedad, aunque sea lo que más felicidad le ha proporcionado, también tiene sus problemas. Ahora viene el padre de ella a Alicante, y necesitan un billete de autobús para ir a verle. No sé qué sabrá el inglés de las condiciones en las que vive su hija con el belga; tampoco es que importe demasiado. Para él, la visita es motivo para sacarle a la calle a tocar la flauta, a recolectar lo poco que le dejan las “mafias del acordeón”. Cuenta que la sonrisa nunca abandona su rostro, le den dinero o no. A él lo único que le duele es cuando la gente lo ignora. Si no me quieres dar nada, está bien; pero no hagas como que no existo… Tiene toda la razón. No mirar a alguien no lo elimina de la existencia, por mucho que lo intentemos en ocasiones.

La vida alternativa apenas le ha dejado secuelas visibles. Lleva barba de dos días, el pelo corto, cubierto con una gorra, la ropa algo sucia, pero no destrozada; las manos con un poco de roña y arañadas y diente y medio perdidos son las pistas más obvias. Uno lo perdió por un puñetazo que le dio un chico con el que se cruzó. El otro, de un mordisco a un jamón que encontró; el hambre no le permitió andar con sutilezas a la hora de ponerse a comerlo.

Mientras acaba su copa de vino y la tapa de carne con tomate —que, según cuenta, es lo primero que come ese día, y son las once de la noche— nos invita a compartir con él y su chica un pollo en la playa un día de estos. Un fuego para asarlo es lo único que hace falta. Esas cosas le hacen ilusión. Poder estar con gente que te cae bien, mirando a la orilla, riendo, charlando. No lo cambiaría por nada. Quizá, si acaso, por poder ver a su nieto más a menudo. Pero vive en Bélgica, un país del que reniega, por frío en todos sus significados. Tampoco tiene los medios para viajar cuando le apetezca, aunque esto no lo comenta. El camión murió hace tiempo, y llegar a Bélgica desde Almería es más complicado que ir a Alicante.

Aunque pueda parecer mentira, Danny me recordó a Kiko Veneno. El genial cantante me dijo hace unos años que lo único que importa en la vida es la comida, la música y los amigos. Te vas a la playa con tu gente, hacéis un fuego, asáis unas sardinas y tocáis la guitarra, y con eso se os olvidan todas las cabronadas que hacen los hijosputa que dominan el mundo. Danny, sospecho, no podría estar más de acuerdo.

Miguel Blanco
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